domingo, 9 de diciembre de 2012

DOMINUS DOMUS

   Aprovechando la reciente inauguración de la nueva fábrica de cerveza Domus en el Polígono Industrial de Toledo, rescato del fondo de un cajón olvidado esta crónica de la visita que hice a la primera Brewery en el barrio de Santa Bárbara. ¡Suerte con la nueva andadura!:

DOMINUS DOMUS:

   Lunes, 28 de diciembre de 2009, día de los inocentes. Por la mañana fui a trabajar y por la tarde Justo presentó un plan insólito:
   - ¿Os apetece visitar la fábrica de cerveza Domus y luego tomar sus variedades en mi casa?.
   No era ninguna inocentada, así que ante tan apetecible invitación no pude negarme. Tampoco Carlos, Alberto, ni siquiera Edu y Chema, que dadas las fechas navideñas pudieron apuntarse a la iniciativa, a pesar de ser al principio de la semana laboral. Incluso Casto (dueño del mítico Aljibe) y su mujer, a los que hacía mucho que no veíamos, se añadieron a la comitiva.
   Creo que fue sobre las seis de la tarde cuando nos dimos cita en la calle Puerto 48 del barrio de Santa Bárbara. La fábrica de cerveza Domus lleva funcionando alrededor de un año; nacida en tiempos de crisis y puesta en marcha por un profesor de químicas de instituto, siempre aficionado al rubio elixir. De nombre Fernando, se arriesgó a poner en marcha un proyecto un poco de locos, como era crear la primera cerveza autóctona de Toledo. (Actualmente, diciembre de 2012, existen en la provincia nombres como Sagra o Burro de Sancho, pero en 2008 había que ser muy emprendedor para aventurarse en el mundo de la birra en la ciudad imperial).
   Llevaba tiempo oyendo hablar de la Domus, pero aun no había tenido ocasión de probarla hasta el día de hoy.


   Fernando es un tipo joven, con solo algún año más que nosotros, simpático y con ganas de transmitir esa afición por la cerveza.
   El recinto que le sirve de guarida no es muy grande, ocupa algo menos de 120 metros cuadrados, pero está muy bien aprovechado y hay mucho que ver. En poco espacio se aglomera una fábrica artesanal, con todas las letras de la palabra. Mientras el dueño nos explica, vamos siendo partícipes del proceso de creación-nacimiento del jugo de cebada que tanto nos hace disfrutar en la vida: la disposición del grano en las tolvas, la mezcla con la levadura y el agua, el tiempo de fermentación, la temperatura, etc. Incluso el lavado y esterilización de las botellas, el etiquetado y demás pormenores necesarios para su comercialización. Algunas tareas como la reutilización de las botellas, cierre con chapa y pegado de etiqueta son manuales, una a una, aunque algunos inventos ingeniosos (como la herramienta para lavar seis envases a la vez) les hace ganar tiempo.
   Fernando también nos da información sobre los distintos problemas que hubo de solventar sobre la marcha, como los vidrios a usar en el embotellado y su grosor para evitar explosiones; la evacuación de gases tóxicos, las medidas para reducir el ruido y la contaminación que pudieran afectar a los vecinos, etc. Especialmente graciosas fueron la anécdotas sobre los experimentos acaecidos en su domicilio antes de poner en marcha la fábrica: pruebas variadas, explosiones y demás sirvieron para elogiar la paciencia de su esposa, que más de una vez llegó a casa y la encontró llena de humo.
   Fernando lleva de vez en cuando a sus alumnos a la fábrica para lecciones prácticas de química. Los chicos se dan cuenta de que las fórmulas que les enseña, ¡oh, sorpresa!, ¡sirven para algo!, jejeje.
   Justo le pregunta por la Barleys, aquella cerveza que servían en el local de Buenavista durante un tiempo y que nos gustaba bastante. Parece ser que era él quien la proporcionaba, eso sí, aún sin las instalaciones actuales, con menos medios y todavía en fase de experimentación. De ahí que el sabor de algunas remesas fuera muy diferente al de otras.
   Al terminar la ronda por el local, hubo una segunda vuelta con los visitantes rezagados, entre los que se incluía Carlos, mientras los demás degustábamos la Domus Regia y hacíamos cábalas del género a comprar.
   Puede que en un futuro la Domus crezca y deje de ser tan artesanal, se amplíen las instalaciones, actualicen la tecnología a usar, mecanicen el 100% del proyecto y pase lo de siempre: a mayor cantidad de producto, menor calidad. Mientras eso no ocurra, habrá que poner en práctica eso de Carpe Diem.
   Esa tarde seguimos la degustación en casa de Justo donde añadimos a la cata la variedad llamada Domus Summa.
Opinión personal:
-          Domus Regia: 4’3 % de alcohol. No sirve como caña convencional, ni como cerveza bien fría para quitar la sed. Es una bebida para tomas reposadas, para disfrutar de sus matices en tragos cortos y duraderos. La aconsejaría incluso para comer. La veo con salida en un mercado saturado de cervezas pilsen y lager muy parecidas. Domus Regia marca la diferencia frente a lo convencional, a lo que nos suena o, mejor dicho, a lo que nos “sabe de algo”.
-          Domus Summa: 7’2 % de alcohol. Sabor intenso y duradero. Muy rica, pero quizá más usual, pues me recuerda a otras birras alemanas y belgas similares. Eso sí, gana con los tragos y el fuerte sabor del principio se hace más agradable después.

              Accede a la web oficial de la marca

   Por fin encontré algo en lo que gastar mi dinero de forma responsable: beber cerveza siempre fue un hobby, un vicio y una necesidad, pero es que además, ayudo a que una pyme avance en el difícil mercado actual. También pongo mi granito de arena para mejorar la economía toledana y ayudar a que el sector empresarial del país salga adelante. ¡Todo ventajas!, ¿alguien se apunta?.

sábado, 17 de noviembre de 2012

LA MÚSICA: MI PRIMER AMOR

   ¡Ah, que bel-la cosa! (pronúnciese en italiano que queda mejor). Los sentimientos que me provoca la música son algo prácticamente imposible de describir. Da igual la de libros que me haya leído, la facilidad de palabra que posea o la destreza para escribir, explicarme o componer que pueda tener: no localizo nunca los términos idóneos para definir tal amalgama de sensaciones especiales. Supongo que quién inventó la música lo hizo a propósito, dado que no encontraba las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Por ello creó este maravilloso mecanismo de transmisión de emociones.
   Me gustaría insistir en la importancia de la música en sí, dejando de lado los textos, las letras, ya que unos simples acordes, un arpegio, un piano mientras se juega al póker, un violín inquientante o un saxo nocturno pueden decir mucho más que unos vocablos. De ahí que las canciones en idiomas no conocidos pueden llegar hasta el alma, con independencia de que sean en inglés o en chino mandarín.
   Eliminando la parte violenta de aquella frase rancia de colegios de otro tiempo, yo diría que “la letra, con Música, entra”.
 Michael J. Fox en "Regreso al Futuro"

   Cuando escucho a Freddie Mercury en “Show Must Go On”, o a Meat Loaf en “I’d Do Anything For Love (But I Won’t Do That)”, no importa que no me entere de lo que están diciendo. El mensaje llega igual, o mejor, pues cada receptor imagina su particular película. Me emociono con los ejemplos citados; salto de la silla con “Hot for Teacher” de Van Halen; tarareo sonriente cual infante el riff de “The Boys Are Back in Town” de Thin Lizzy; retorno a un colegio que no viví, aunque sí en algunos aspectos, echándome al oído el “Días de Escuela” de Asfalto; siento la pasión hilarante de los Doobie Brothers en “What a Fool Believes” con esas voces tan Bee Gees; la melodía de Isao Tomita (original de Debussy) en aquel programa televisivo llamado “El Planeta Imaginario” me hace recordar cosas de cuando no debía tener recuerdos; me vuelvo épico con el “Conan the Barbarian” de Basil Poledouris y los kilómetros pasan antes si das al play La Grange” de ZZ Top. Todo esto queda claro en las canciones instrumentales, o en los solos que ponen la piel de gallina: imposible olvidar a Santana en “Europa” o “Moonflower”, a Steve Vai en “For the Love of God” o incluso a Marty McFly ejecutando con poderosa electricidad el “Johnny B. Goode” de Chuck Berry.
   Nací en noviembre de 1975. Meses después, John Miles arrasó en las listas de medio mundo con su “Music (Was My First Love)”. Con menos de 12 meses, es obvio que no recuerde el momento puntual, pero más tarde esta canción me marcaría no solo por su maravillosa orquestación, sino también por estar más que de acuerdo con su letra (escasa, pero efectiva). Así pues, sería buena muestra del leit motiv que movería mi vida: la Música, mi primer amor. Los otros, los carnales, me darían muchos dolores de cabeza y tardarían bastante más en llegar.

viernes, 28 de septiembre de 2012

SE NOS PUDRIÓ EL ÁRBOL

  "Nos juntábamos en comandita cada fin de semana, casi de manera ritual, formando compendio de amigos, generación del 75 literaria, élite de un equipo que se fue quedando sin miembros de paja y dejó un poso de buen grano, camaradas plañideros que lloran sus penas frente a un tribunal de copas y tablas de madera con sustento, o incluso asamblea sectaria exenta de derechos de admisión y formalismos.
   El lugar elegido era el Jacarandá, con acento en la cuarta a, aunque todos lo cambiásemos de sílaba. Rincón bohemio del Toledo más pintoresco, se encontraba agazapado en un estrecho callejón, tan angosto que no cabrían ni dos codos si caminasen holgados. Abrigado por una amplia cortina, se mezclaban objetos dignos de anticuario, velas, aperos del hogar de la abuela, portadas de Vogue de época, música de cantautor y paredes con cuadros de Klimt, ya desconchadas, que muestran que claudicaron hace mucho en su lucha contra la humedad.
   Aunque el cubil era vetusto y decadente, bullía cultura, ambiente de parroquianos fieles y despedía efluvios atrayentes propios de un lar especial, diferentes a lo que uno pueda encontrar en su peregrinaje nocturno de fin de septenario.
   Nuestra relación con este bar evolucionó de ser un lugar de paso, a cita obligada desde completas o maitines de la nocte; de fonda para humedecer el gaznate, a hogar donde avituallarse en abundancia; de ascensor donde se intercambian educadas y breves cábalas sobre la meteorología con un vecino inoportuno, a diván de psicólogo en el que, tras un haraquiri en el corazón, uno comparte lo más profundo de su alma; de vaso espumoso de cebada fermentada aromatizada con lúpulo, a copa colmada del fruto de la caña de azúcar, macerado en barrica durante una década; de la visita cordial a la estancia siempre prolongada; del “¿ya os váis?” al “por favor, ¡marcharos ya!”.
   A pesar de que la música no era nuestro amado rock’n’roll, los acordes quedaban diluidos en el humo del ambiente. A pesar de que el servicio de abastecimiento no incluía venado, cordero ni cochinillo, los patés artesanos, las salchichas teutonas y la miscelánea de quesos apagaban el fuego que el hambre provocaba en nuestros paladares. Incluso a pesar del mobiliario incómodo, del baño famélico y liliputiense, del frío serpenteante que rebuscaba en nuestra ropa cual ofidio, de la estufa de monóxido de carbono que (como decían los Asfalto) no calienta ni a Dios, a pesar de todo, el Jacarandá fue nuestro segundo hogar durante largos años.
   Tuvimos veladas cada semana. Acaparamos fondues de carne y de queso hasta finiquitar existencias. Nuestras posaderas sirvieron de barricada al final del establecimiento y taponamos el acceso al baño. Celebramos esos pequeños acontecimientos de las vidas cotidianas que solo a unos pocos importan, hicimos amigos y, por supuesto, ampliamos el número de canallas que se personaban a deshora: de los cuatro hermanos Dalton a los cuarenta ladrones. 
   Pero este relato no tiene un final feliz, pues el lector avieso y experimentado se habrá dado cuenta de que todo se narra en pasado. Así es, y como la felicidad nunca es sempiterna, llegó el momento en que nuestro grupo se exilió en desbandada. Nos hubiera gustado subir al hidroavión que colgaba del techo cercano a esa máquina registradora del siglo pasado, pero si alguien lo recuerda, sabrá que no disponía de plazas suficientes. La despedida nunca afloró, puesto que fue un desahucio impuesto. Lo que parecía ser un desalojo obligado más, terminó por convertirse en el definitivo... 
 Todo esto lo motivó el señor... llamémosle Marrón. Pues bien, el señor Marrón peinaba canas y buenos modales, pero no experiencia en marketing, ni savoir faire en el mundo de la hostelería.
   Cualquiera que haya pasado una temporada consumiendo en el Jacarandá habrá hecho con facilidad un inventario mental de la tipología de clientes y gastos de los mismos. Pues bien, no nos fue difícil desmarcarnos y ponernos al frente de la lista como los más derrochadores. Nos dejamos cantidades ingentes de moneda europea, absorbimos el alcohol como bentonita de vertedero y devoramos de las tablas de fiambres hasta las astillas más resistentes.
   Sería necio pensar que a unos clientes así no se les pueda tratar con especial cuidado para mantener siempre el negocio a flote en el mar de la crisis económica, pero nunca hubo cariño ni una mínima deferencia hacia nosotros. Los típicos detalles utilizados para conservar clientela como rebajas en las cuentas gruesas, invitación a rondas o a tapas que acentúen la sed, nunca fueron aplicados en nuestras personas. Solo una vez, me reafirmo, una vez en años y años, recibimos una tabla de patés libre de pago gracias a una errata del señor Marrón. Así pues, no puedo ocultar tan generosa acción que no desvirtúa, en absoluto, lo expuesto hasta ahora. Tampoco olvido el jamón que sesgaba cada año. Pero lo que parecía un obsequio para socios del selecto club acabó en un libertinaje para cualquier hijo de vecino, que difícilmente podíamos concebir como agasajo a nuestras visitas. Era la única ocasión en la que el bar estaba repleto y uno no podía ni sentarse. Por eso mismo creo que el regalo para parroquianos mudó a señuelo para captar adeptos.
   A ciertas horas de la noche, la cualidad más despierta del señor Marrón era su paciencia, puesto que aguantaba nuestro deseo de acompañar a la luna y evitar volver a encontrarnos con el sol, hasta alargando una o dos horas el momento del cierre. No importaba que en una jornada solo hubieran hecho acto de presencia dos parejas con más ganas de poner sus labios en otros labios que en una copa, no importaba si la caja se había abierto tan poco que aún quedaban telarañas; había que negociar el poder tomar alguna ronda más, posponiendo al máximo la clausura del garito.    
 
   Se supone que un establecimiento con gente consumiendo bebidas espirituosas es bueno para el negocio aunque haya que perder horas de sueño. Pero no, esto no era un axioma para el señor Marrón. Por ello, en las negociaciones con él, resultaba carente de lógica, me atrevería a decir que incluso descabellado, el hecho de estar convenciendo a una persona para dejar abierto el local media hora más a cambio de sesenta euros, que engrosarían una cuenta ya bastante respetuosa de trescientos. Este caballero ni siquiera apreció el aumento de cultura y vocabulario propiciado por la lectura de periódicos, para paliar el paso del tiempo, que consiguió gracias a nuestras charlas interminables.
   Quizá esté confundiendo el Jacarandá con un negocio hostelero donde se buscan unos ingresos y ganancias, y resulte que el señor Marrón tenga ya dinero sobrante para varias vidas y mantenga el local por ocio o como servicio público. No sé, puede que mi concepto de trato al cliente esté desfasado o que el ron hiciera mella en mi raciocinio. El caso es que este grupo de fieles a una causa absurda cambiaron su Cheers del casco antiguo, su barco de Chanquete, su mesa redonda de los caballeros, su Jauja, su Shangri-La, su rincón literario y cultural por otras guaridas donde se les apreciara. Las encontraron, y también fueron receptores de sonrisas, amabilidad y hasta de rondas libres de pago. Eso no quita que este relato sea triste y que algunas noches se añore el tejido hepático que perdimos entre esas desvencijadas paredes.
   Como en un árbol tropical americano, fuimos inquilinos de excesivas ramas del Jacarandá, alzamos nuestros nidos con esmero y quisimos que fuera un hogar perenne, lástima que las raíces quedaran desatendidas y se optara por el riego por goteo. Los vástagos quebraron y hoy queda en el recuerdo un tocón caduco."


   Relato galardonado con la Mención Especial en el Ier Premio Literario Jacaranda (Diciembre de 2010).


domingo, 26 de agosto de 2012

PUBLICACIÓN EN EL LIBRO DEL FESTIVAL “CRYPTONOMIKON 5” DE "LA LETRA CON MIEDO, ENTRA"

   Este año la suerte literaria me sigue acompañando. He quedado finalista del Festival Cryptonomikon 5 de fantasía, terror y ciencia ficción o, como su nombre oficial indica, de la Mostra de Relat de Terror, Fantasia i Ciéncia Ficció de Badalona. Hay tres relatos ganadores y 22 finalistas, que aparecemos en un libro para conmemorar la quinta entrega de este certámen. 
   La historia con la que he participado está protagonizada por un libro maldito que adquirí en la Cuesta de Moyano de Madrid (de manera ficticia, se entiende). El título es "La Letra con Miedo, Entra":




domingo, 22 de julio de 2012

A LA TERCERA… ¿VA LA DESPEDIDA? (Crónica de un concierto de AC/DC) Parte 3

(Escrito inicial: julio de 2009) (Parte 1 en el post con fecha 7 julio 2011)Ver la Parte 1
                                                         (Parte 2 en el post con fecha 3 agosto 2011) Ver la Parte 2

   El domingo 7 de junio, después de un sueño irregular, me di una ducha, hice una foto a Ricardo estilo “depósito de cadáveres” y admiré el reciente dragón tatuado de José Ángel en la espalda (imposible no pensar en el caballero del zodiaco Shiryu).
   Carlos, Alberto, Edu y Oscar estaban en otra habitación: fuimos a buscarlos y decidimos nuestros próximos pasos. Hubo que renunciar a la visita de algunos bares que pensamos nos gustarían: por un lado el “Braveheart”, en Molins de Rei, donde elaboran varias cervezas artesanales propias en un ambiente heavy y, por otro lado, el club social de Loquillo en Barcelona, el “Lips – Biker Bar”. Apetecía mucho ver el local con ambiente motero, ropa vintage rocker y escuchar buen rock’n’roll. Mirando los horarios, resulta que el domingo cerraban a las 22:00, hora en la que estaríamos disfrutando de la banda de los hermanos Young. Otro garito que tenía buena pinta era el “Bharma”, ambientado en la serie “Perdidos” (incluso con una maqueta enorme de un avión en su interior) y que también descartamos. Me dio rabia, pero eran muchas cosas para solo dos días.
   Lo primero del domingo fue acercarnos a la Sagrada Familia que pillaba cerca. Hay que reconocer que el símbolo por excelencia de Cataluña lo tiene merecido: es original, lleno de detalles y transgresor para su tiempo, rompiendo con la estructura e iconografía clásica de las catedrales convencionales. Hicimos unas fotos, admiramos la fachada, buscamos curiosidades artísticas y nos disponíamos a hacer cola, cuando vimos… lo que costaba entrar: ¡once euros!, y luego nos quejamos de los siete que piden en Toledo. De nuevo “la pela es la pela” volvió a ser nuestra filosofía de vida y de viaje.
   En un lateral de la obra inacabada, nos fijamos que por una puerta se podía acceder sin entrada. Allá fuimos para comprobar que aquello conducía, nada más y nada menos, a una misa en catalán. Supongo que si Dios existe, se podrá uno dirigir a él en cualquier lengua, aunque quizá los radicales catalanistas no estén de acuerdo.
   Huimos literalmente y no nos dio tiempo a más, puesto que no madrugamos, así que nos sorprendió la hora de comer. Hablamos con Xavi que había hecho planes por su cuenta y ya tenía sitio pensado donde papear. Trabajaba por la tarde, así que no nos arriesgamos a movernos mucho para disponer de horas suficientes para llegar a Montjuic. Le sentó un poco mal que no quedáramos con él y con razón, ya que ni nos despedimos, así que el lunes le llamé para dar las gracias y pedir disculpas.
   La siguiente parada fue el puerto de Barcelona. Dimos una vuelta por el paseo marítimo y las terrazas. En una de ellas tomamos unas cañas a precio de Vega Sicilia, incluso nos atrevimos a preguntar el precio de una minúscula tapa con ocho o diez aceitunas. La contestación “uno con sesenta euros” provocó la indignación de Carlos, la incredulidad de varios de nosotros y el grito resignado de Ricardo exclamando un “¡cuando vayáis a Madrid os vais a enterar!”...
  Unos argentinos, que nos cedieron alguna silla que les sobraba, nos preguntaron si asistiríamos al concierto esa noche. Ante nuestra respuesta afirmativa, uno de ellos dijo:
-          Lo sabía, lo saqué por la camiseta – señalando el logo de AC/DC en la de Jose Ángel.
   Ante tal muestra de agudeza mental y capacidad para la deducción lógica, quedé tremendamente sorprendido, jejeje. Hay que tener en cuenta que ese fin de semana las tendencias en ropa las marcaba el grupo de los hermanos Young.
   Callejeamos un poco alejándonos de la zona guiri para evitar más agujeros en el bolsillo y encontramos un rincón diminuto pero con menús asequibles. Dimos otro paseo por la zona playera, escuchamos los reclamos de un rara avis entonando un “güakaka” y… ¡al estadio olímpico!.
   Nuestra primera intención fue subir a Montjuic a través del teleférico. Nos acercamos a la torre Sant Sebastiá que estaba cerca de allí, pero tras llevar un buen rato haciendo cola y visto que no cabía mucha gente en los ascensores, nos decantamos por ir en metro y a pata.
   Nos dividimos en dos grupos, puesto que algunos quisieron pasar antes por el hotel. En el metro conocí a un tipo que venía directamente de ver a AC/DC en Madrid y parece que le encantaron.
   Nuestra subida a Montjuic, con las fuentes y toda esa cantidad de escaleras, parecía que era navegar por ríos caudalosos cuyas aguas estaban formadas por peces de todas las edades, cuyas escamas oscuras tenían grabadas las imágenes de grupos diversos, desde Led Zeppelin hasta Helloween. La peregrinación tenía visos de ser interminable: ¿cuánta gente cabe allí arriba?. Nos lo tomamos pues, con calma, beneficiándonos de las escaleras mecánicas, observando las panorámicas según ascendíamos y sacando fotos.
   Al llegar a la cima, la fila para entrar al estadio olímpico Lluís Companys me recordaba el anuncio del “cuponazo de la ONCE”, así que nos armamos de paciencia.
   Continuará...

domingo, 15 de julio de 2012

LOS DIARIOS DEL DIABLO. M. J. Weeks


Autor: M. J. Weeks
Editorial: Cúpula. Scyla Editores
Año: 2010
Valoración: 5/10
Temática: Humor / Histórica



   Lucifer, Leviatán, Belcebú, Mefistófeles, Belial, Astaroth... Siempre me han atraído las historias de libros malditos y prohibidos, escritos por seres misteriosos, incluso por el mismísimo Diablo: como el “De Umbrarum Regni Novel Portis”, el Libro de las Nueve Puertas del Reino de las Sombras, de Aristide Torchia, mencionado en “El Club Dumas” (Arturo Pérez Reverte).
   Pues bien, “Los Diarios del Diablo” me atrapó nada más verlo por su estética, ya que tiene un formato antiguo, desgastado y ennegrecido, como rescatado del fuego purificador. Abundan los dibujos e imágenes utilizados en los códices antiguos, además de variada simbología, esoterismo y cábala.
   El autor M. J. Weeks se hace pasar por recopilador de los diarios de Satán, que durante la historia de la humanidad ha ido redactando, centrándose en los momentos más interesantes desde la Creación.
   Es evidente que todo se plasma desde un punto de vista humorístico. La idea no está mal y tiene un comienzo prometedor con frases como “Día 1, mes 1, año 0: El Sr. gran D ha decidido poner en marcha la Creación. Ha empezado a primera hora y ha creado la luz. Yo he creado la oscuridad, pero después he tenido que parar porque no se veía una mierda”. Por desgracia, más adelante se hace cansino y previsible, ya que el supuesto Diablo pierde frescura al repetir la fórmula de hablar siempre de algún personaje como Vlad, Atila, Torquemada, Al Capone o George W. Bush que, cual vasallos, siguen sus indicaciones o le dan ideas para cometer maldades en el planeta. Al final, los capítulos se hacen aburridos, repetitivos y las bromas pierden su gracia.
   El libro destaca situaciones históricas que el lector debe saber para entender los chistes, aunque la mayoría son sobradamente conocidas, a pesar de que se centra en los Estados Unidos de América a la hora de hablar de acontecimientos modernos.
   Hubiera puesto una nota más baja de no ser por la excelente presentación que ya he mencionado, con encuadernación cosida, tapa dura, bordes dorados, y grabados y fotos muy adecuadas para situar la atención de quien lee.
   Como detalle original y gracioso me quedo, sin duda alguna, con el contrato para vender el alma que aparece al principio de la obra: en formato pergamino se reflejan en él las claúsulas de disfrute, centradas en los pecados capitales, que gozará aquel que se atreva a ceder su alma al Diablo “a perpetuidad o por toda la eternidad, lo que más dure”. A pie de página se puede ver un espacio para la firma y un inquietante “gota de sangre, aquí...”.

domingo, 27 de mayo de 2012

BILLETE DE IDA PARA EL TITANIC


   "Querida Sardina:

   Tú que vives en el líquido elemento por antonomasia, sabrás mejor que nadie, que en este país inseguro e inestable donde, como península, el agua es parte representativa, más de cinco millones de pasajeros viajamos ya en el Titanic. Parece mentira: todos creíamos que este barco tenía aforo limitado, pero siguen ocupándose pasajes a diario.
   Tú como Sardina no te darás cuenta, pero si asomas la cabeza por encima de tu hábitat, verás el chapapote del paro cubriéndolo todo. Los icebergs de la crisis amenazan con hacer naufragar este cascarón de nuez y nadie quiere navegar aquí más de lo necesario. Hasta el capitán, como fiel discípulo del mandamás del Costa Concordia, quiere huir en primer lugar. Quienes dirigen nuestras vidas, por desgracia, no pasarían el más leve control de alcoholemia. Las mujeres, los niños y ¡los parados de larga duración primero!. Todos olemos la catástrofe que está por venir, los tiempos en los que van a quitarnos hasta “lo bailao” y nadie ofrece salvavidas fiables.
   Hace tiempo me adentré en las arenas movedizas del desempleo, pero fue, más que nada, una aventura, un coqueteo. Sin embargo ahora, he consumado en su lecho, dejándome la bragueta y el alma, perdiendo la dignidad y el dinero.
   Algunos días me acerco a la cubierta de este Titanic y echo la caña de infojobs para ver si pican. Pero los trabajos son peces exigentes, como tú, Sardina, y no sirve cualquier cebo. Por eso, con mi experiencia y formación solo doy palos de ciego, pierdo tiempo y anzuelos.
   Los años transcurren y este mundo hace aguas por todos lados. Quiero apearme, aunque sea en una isla desierta, pero por desgracia el billete del Titanic es solo de ida y no hay botes para todos, así que a saber quién se salvará.
   Hazme un hueco en tu ecosistema, querida Sardina, puede que pronto nos veamos, aunque con el hambre que paso, quizá no me tengas como compañero acuático sino como depredador."


Aunque por suerte no me encuentro en la situación que relato, su inspiración me sirvió para ganar el II Certámen de Cartas a la Sardina del Carnaval, organizado por la Escuela de Escritura Creativa Verbalina y la Asociación de Vecinos Alcántara (Febrero 2012).
 

domingo, 6 de mayo de 2012

PUBLICACIÓN EN EL LIBRO INTERNACIONAL “ECOPOESÍA 2012” DE "RÉQUIEM POR UN ROBLE SECO"


   Santibáñez de Esgueva, el pueblo de mi madre en Burgos, perdió en 2011 a uno de sus emblemas característicos y diferenciadores: el roble del Alto de Santiago. Era un árbol majestuoso, grande y simbólico que, a pesar de su vetusto estado, seguía siendo un emblema para muchos de los que visitamos el pueblo desde críos y que siempre lo hemos visto altivo en su cumbre.
   Hasta principios de los años 90 no estaba solo, pues otro homónimo centenario hacía de compañero en el Alto. Por desgracia, un rayo acabó con él: fuerza mayor que podía haber sufrido el protagonista del que hablo. Pero no, sus magnas y deformes ramas, unido al paso de los siglos y a su corteza estéril, hicieron que acabara desbordado por su peso y quebrara.
   Mi amigo Kike, con el beneplácito del Ayuntamiento, tuvo la idea de hacer un pequeño homenaje, para lo cual me encargó que escribiera unas líneas. Redacté un breve poema que, junto con unas fotos, sirvió de contenido para un cuadro que, actualmente, decora las estancias de la casa consistorial.
   Por eso cuando me enteré del II Concurso Mundial de Ecopoesía 2012, convocado por la Unión Mundial de Poetas por la Vida Poetas Univa (dentro del IV Festival Mundial de Ecopoesía), pensé que ya tenía el trabajo hecho y no perdía nada por participar.


   Al final, de los 381 poemas presentados, han sido seleccionados 100 para su publicación en un libro internacional. El mío está entre los agraciados, lo cual me sorprende, ya que está escrito con el sentimiento del niño que creció observando el árbol y que no genera la misma sensación para los que nunca estuvieron en mi pueblo. Por ello y, porque su calidad literaria es modesta, me congratula que esté en el puesto 73, ya sea por haber superado 308 o, simplemente, por estar entre los 100 elegidos para ser publicado:
   Tengo que dedicar, sin excusa, esta distinción al pueblo de Santibáñez de Esgueva, a los amigos del mismo, a la familia y, por supuesto, a mi abuela Juliana.

sábado, 14 de abril de 2012

DESPEDIDA PARA MI ABUELA

Mujer de campo, de huerta,
mocheta en mano hasta los ochenta,
asidua de delantal,
esquiva de pantalón,
“¿otra vez alubias?” cito textual
mis reproches sin intención.

Y oigo que piden por tu perdón
cuando quien te conoce afirmaba,
que adolecías de falta y omisión,
que tu ejemplo nos dignificaba.

Tus méritos desbordan juicios finales,
San Pedro obviará hasta los veniales,
entrarás al cielo ligera, delgada,
caminando siempre encorvada.

Fui peregrino en tu casa,
no devoto de tus costumbres,
a misa siempre estaba cojo,
a la bodega, poco a poco.

Hoy has conseguido que acuda al templo,
pero pagaste incuantificable precio...


   En abril de 2006, perdí a mi abuela en un accidente y, por primera vez, publiqué algo escrito por mi puño y letra en internet (excluyendo canciones irreverentes y similares, por supuesto). Este poema estuvo visible desde junio de 2006 hasta 2008, año en que clausuré el foro "Versos con Lengua". 
   Como lo que pretendía era homenajear a una mujer luchadora, humilde, sencilla y llenar un poco ese pozo negro que dejan los seres queridos cuando se van, vuelvo a publicar estos versos y aprovecho para mandar un abrazo a la familia.

   A la memoria de Juliana Izquierdo Izquierdo (1922 - 2006)

miércoles, 22 de febrero de 2012

GANADOR del II CERTÁMEN DE CARTAS A LA SARDINA DEL CARNAVAL

   Como siempre, todo a última hora. Participar cuando queda menos de un día para finalizar el plazo de presentación de obras a concursos, me suele dar buen resultado. Por contra, aquellos escritos trabajados, revisados y retocados con mucho tiempo por delante, no consiguen un beneplácito similar. Curioso. Esto significa que bajo presión, a veces, la inspiración también se muestra.
   Cuento esto porque he recibido la grata noticia de haber ganado el II Certámen de Cartas a la Sardina del Carnaval, organizado por la Escuela de Escritura Creativa Verbalina y la Asociación de Vecinos Alcántara. Siendo sincero diré que no tenía ni idea de que pudiera redactarse un documento dirigido a un pez. Las bases añadían también, que había que redactar "una carta en tono de humor en la que se parodie o satirice algunos de los problemas de la actualidad toledana o española".
 Aquí está el resultado de la convocatoria: http://www.verbalina.com/premios.php?prem=8

   Se me ocurrió comparar el momento actual con el trayecto del Titanic; siendo los pasajeros los cinco millones de parados, no existiendo botes, ni empleo para todos y con el mar repleto de icebergs de la crisis, y chapapote de desempleo.
   Lo gracioso es que el fin de semana pasado, tras haber enviado el texto al concurso, unos amigos me hablaron del nuevo disco de Sabina y Serrat, donde han tenido una inspiración muy parecida. Ellos hablan de su actual gira, considerada como la orquesta del Titanic, en la cual disfrutan tocando mientras el mundo se hunde a su alrededor.
   Si las musas de estos genios me empiezan a visitar a mi, entonces está claro que voy por el buen camino de la creatividad.

jueves, 26 de enero de 2012

DEL SALUDO HORIZONTAL AL ABRAZO VERTICAL (Pasando por el choque de manos)

   Al principio no existen amigos, sino colegas, gente con la que te tomas algo, sales de bares y compartes diversiones. Suelen conocerse en el colegio, instituto, universidad o en noches de marcha. Con los años y en función de si estamos ante amigo, colega o conocido, cambiarán las formas de cortesía hacia ellos.
   El saludo difiere en función de la edad y la confianza. En un primer momento es un choque de manos como si fuera a echarse un pulso. A quien ofrece la mano en posición horizontal, con formalidad, se le tacha de serio, a no ser que se ejecute el movimiento frente a personas de mayor rango o jerarquía. También es válido si realizamos el ofrecimiento en dos actos: mano horizontal, e inmediatamente y sin soltar a nuestro protagonista, giro y posición de pulso.
   Más adelante, el choque o apretón es más firme y duradero, incluso puede ir acompañado de un golpecito leve en el hombro, en la espalda o en el resto del brazo.
   Cuando posteriormente se llega al abrazo, ahí el vínculo ya es férreo y no es fácil de romper. Denota, no solo experiencias felices compartidas, sino también tiempo y vivencias de todo tipo, incluso dolorosas.
   Siempre me gustó la escena de la película Grease en la que Kenickie (Jeff Conaway) y Danny (John Travolta) se abrazan antes de la carrera de coches. Como había que cumplir con los cánones e imagen de su pandilla, reaccionan rápidamente peinándose el tupé y restando importancia al hecho. Faltaría más ¡eran rockers!.


   Hubo un tiempo en que abrazar a un colega era signo de rubor; ni se pasaba por la cabeza salvo en casos graves familiares o de salud. Pero con cierta madurez se agradecen actos de fraternidad tan estimulantes.
   Pasar del abrazo al saludo formal es signo de tristeza, pues marca una ruptura, un cambio profundo en la relación, quizá inamovible, aunque al menos quede una señal de cordialidad y no se llegue a retirar el saludo.
   Mientras unas amistades se diluyen, o se hunden sin más, a pesar de las décadas compartidas, otras se renuevan, reafirman o maceran: como el buen licor, pasando de la garrafa o pitarra, a la barrica de roble. Quizá aquello de “darse un tiempo” tan usado para algunas parejas, pudiera aplicarse también a los camaradas. Con años de por medio, puede que las viejas rencillas, rencores o disputas absurdas, queden maquilladas y dos viejos colegas puedan volver a mirarse a la cara sin ver los recuerdos que les alejan, sino aquellas semejanzas que les unieron.

Para Kike (amistad de garrafa a barrica) y Yoxean (siempre gran reserva). También para un colega perdido de cuyo nombre no quiero acordarme...

viernes, 6 de enero de 2012

CHEROKEE “Marching on the Trail of Tears”

        Como dice la canción de Europe, estuve caminando por un rastro de lágrimas tras el cierre de este garito que, con el paso de los años y vista la deprimente evolución del panorama de ocio nocturno en Toledo, debo elevarlo a la categoría de mítico e inigualable.
        Me encontraba cursando tercero de Derecho cuando conocí a Sergio “el Cherif”: guitarra del grupo punkarra Atoestrozo. Una día me habló de un concierto que iba a dar en el bar Cherokee para que fuera a verlo. Lo primero que me vino a la cabeza fue “¡vaya!, ¡un local en Toledo en el que hacen actuaciones!”. Eso había que comprobarlo in situ. Me extrañó no haber oído hablar antes de él. Quizá su situación, el que estuviera en el barrio de Santa Bárbara, lo había condenado a cierto ostracismo.
        Era sábado, en concreto, once de noviembre de 1995. Llegamos al lugar los amigos un poco despistados, preguntando y siguiendo las señas que me había dado Sergio. La moto incrustada en la fachada, bajo el letrero con el nombre, nos daba la bienvenida. Cuando entré por la puerta me pareció estar en un bareto rockero típico de una gran ciudad: mucha gente, buena música por la megafonía, estética del típico local americano de camioneros, moteros y demás, y videos de Ozzy Osbourne, Van Halen, Bon Jovi, Motley Crue, Poison y lo más granado de la época sleazy yanqui de finales de los 80.
        Aquello era impresionante y seguía preguntándome lo mismo “¿de donde ha salido este garito tan guapo?”, “¿qué hace en Toledo un sitio así?” y lo más enigmático de todo “¿cómo es que no sabía nada de la existencia del mismo?”. Daba igual, lo único que importaba era que estaba allí, que los tercios de cerveza costaban 175 pesetas, que había billar y futbolín, y que servían minis.
        Ese fue el primer día de muchos otros. El Cherokee se convirtió en lugar de cabecera de los fines de semana. Disponía de birras americanas como Coors o Budweiser, música heavy variada, bandejas enormes de aperitivos gratis para picar, sobretodo de kikos, bandas en directo de vez en cuando y, además, cerraba tarde. Hubo noches que se alargaron hasta las cinco de la mañana y qué cortas se hacían.
        Allí celebramos cumpleaños, hubo largas charlas y jugamos a la máquina recreativa de los “Oscars”, así llamada por una figura taurina que aparecía en la cabecera del videojuego y que relacionábamos con los celos de Oscar y las figurillas de Hollywood.


        Al dueño del garito le llamaban Guío: melena larga y lisa, flequillo recortado, moreno, con perilla arreglada, pendientes, gafas oscuras, chaleco de cuero y gran afición por las motos. Nunca llegamos a tener excesiva confianza con él, pero si una buena camaradería propia de barman-cliente. Quizá fue la segunda vez que pisamos allí, estando Mario, Oscar y yo por la tercera ronda, cuando se acercó, destapó otras tres de lo mismo y nos invitó con ademán agradable. ¿Cómo íbamos a decir que no?. Esa fue la primera de muchas otras invitaciones, amén de peticiones nuestras de todo tipo, en más de un caso exacerbadas. Sirva como ejemplo una tarde de sábado que habíamos quedado Los Desaborios sobre las once en el casco. Mario y yo teníamos ganas de hacer un previo y salir antes, así que nos fuimos al Cherokee a tomar las primeras birras. Eran las nueve de la noche, algo pronto y, aunque la puerta del local estaba abierta, todo se encontraba a oscuras. En la terraza exterior estaba Guío poniendo a punto algunas piezas para su moto. Le preguntamos, algo comedidos, a qué hora abría, pues sabíamos que era temprano y no queríamos molestar. Lo que hizo después nos lo esperábamos en cierta medida ya que, como he dicho, el tío era considerado con los parroquianos, pero no hasta ese punto. El caso es que adelantó la apertura del templo, encendió las luces y se metió tras la barra cuando le dije una frase similar a la que sigue:

        - Pon dos Coors para beber, unos kikos para picar, música de AC/DC y el partido Madrid-Athletic – señalando la pantalla de televisión.

        “Que así se escriba y que así se cumpla”, como diría un emperador romano, nuestras pretensiones fueron colmadas. Así sucedió en numerosas ocasiones, aquel lugar era nuestra casa, incluso más, ya que fueron muchos los amigos que atravesaron sus puertas y corearon su música.
        Guío también llegó a prestarme alguna de las cintas de video que reproducía en el bar, la mayoría grabadas de los míticos programas “Tocata” y “A Tope” de la TVE de los 80. Para tener tantos años no se veían ni escuchaban demasiado mal, incluso en la actualidad conservo varias copias. Algunos como Justo, descubrieron a través de esos vídeos, a los Ángeles del Infierno de los tiempos de "Con las botas puestas" o "Maldito sea tu nombre", vestidos con propaganda de Coca Cola. Aquello fue tras pedir a Guío que nos pusiera algún temita del disco "Tributo" de Saratoga, preferiblemente la versión de Obús o Muro. El dueño, quizá por motero, por rockero o por las dos cosas, antepuso a los Ángeles. 
        Imposible olvidar aquellas tardes rockeando con Luis, Dani y Álvaro en aquel chalet de Vistahermosa durante 1996 y  1997. Tras los ensayos, tocaba refrescar el gaznate y ¿qué mejor sitio para seguir hablando de música?. Además, los viernes eran tranquilos y no había demasiada gente.

        Hubo dos situaciones que recuerdo perfectamente de las muchas acaecidas: la primera fue estando ya algo chispaos, en momentos en los que tus sentidos se amplifican o al revés, se contraen no pudiendo ver más allá de tu copa. El caso es que alguien golpeó mi tercio de cerveza con el codo y, estaba ya despeñándose desde la barra cuando, en un movimiento rapidísimo, propio de un sentido arácnido desarrollado, conseguí asir la botella evitando que se derramara una sola gota. Luis y Dani se quedaron mirando la escena, dejaron pasar unos segundos silenciosamente y proclamaron su incredulidad. Habían visto, literalmente y sin posibilidad de actuación, la cerveza en el suelo, hasta que mi brazo hizo el gesto casi imperceptible para los sentidos. Estaban flipando y no se explicaban lo ocurrido. Vuelvo a repetir que nuestros sentidos estaban magnificados por el alcohol, así que es posible que alguna persona que observara la escena desde fuera no notara nada raro. Es más, es posible que la birra solo bailara un poco en la barra tras el golpe. Quien sabe, también puede ser que tenga poderes en plan Flash y no lo sepa.
        La otra noche que está detallada en mi mente fue también tras un ensayo del grupo musical: tras cerrar el Cherokee, me monté en el Renault 9 dispuesto a dejar a los demás en sus hogares. Eso sí, en vez de ir a lo loco, primaba ser precavido y llevé el vehículo con sumo cuidado, a velocidad discreta y bien pegado a las aceras. De fondo sonaban los Guns’n’Roses con su “Pretty Tied Up” que coreaba en soledad; no se oía ni una mosca. Esto creo que fue un viernes, ya que al día siguiente volvimos a ensayar y, frente a mi sorpresa, los chicos me confesaron que iban bastante asustados. Veían lo cerca que estaba de los bordillos con preocupación y sus sentidos distorsionaban aun más la realidad, haciéndoles temer por su seguridad. Aquella noche quedó como la del “Pretty Tied Up” y nunca llegué a convencerles de que me encontraba más que apto para llevar el coche, de ahí mi extrema prudencia.
        Como todo rockstar que se vuelve leyenda tras su muerte, el bar debía echar el cierre prematuramente y pasar a la memoria colectiva de los que pasamos tantas horas sobre su superficie. Debió hacerlo en 1998 y Guío montó un taller mecánico debajo del Centro Comercial Buenavista, al lado de la Consejería de Administraciones Públicas. Más de una vez fui a que limpiaran mi Renault 9; era barato y tenían un chaval rubio jovencillo que trabajaba bien.
        Lo último que supe del “jefe indio” de todos los que formábamos la “tribu” del Cherokee era que tenía una tienda en el polígono especializada en tatuajes y piercings.
        Así es como se extinguen las especies y como el Cherokee pasó a la “reserva” mental propia, quedando en el lugar privilegiado que ocupan esos bares que dejan huella en nuestra alma y en nuestro hígado.