domingo, 27 de agosto de 2017

MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA AQUELLOS CAPTURADORES DE MÚSICA DE RADIO

   Tenía el radiocassette de mi padre preparado siempre con una cinta magnética dentro, lista para ser usada. Mis dedos merodeaban cerca de los botones. El momento me recordaba a la imagen de salida de los cien metros lisos en una competición deportiva. La tensión de los atletas, pendientes del arma de fuego que iniciará la carrera, era lo que sentía al escuchar al plasta del locutor que se enrollaba con estupideces varias. Acababa de anunciar el estreno del primer single de ese grupo que tanto me gustaba. Pero sólo había comentado el nombre de la canción y el título del trabajo discográfico. Todas las demás mierdas que escapaban por su boca eran referidas al tiempo meteorológico.
  
   Comienzan a sonar los primeros acordes y el gilipollas se pone a decir que si hoy es viernes, que cómo vamos a bailar esta noche, que si besitos para ellas y abrazos para ellos, etc. El caso es que cuando por fin deja protagonismo al sencillo musical, no sólo me ha cortado el estupendo riff de entrada, sino también parte de la letra. Aquí no acaba la cosa, puesto que al final de la canción, vuelve el presentador a tocar los cojones hablando por encima del estribillo, que se repite y aleja despavorido ante el maltrato sometido por el programa en antena.


   Esto era lo habitual hace lustros cuando querías grabar directamente de la radio. Todos los cassettes estaban repletos de temas sesgados al inicio o al cierre, gracias a la pericia de los Fernandisco, Joaquín Luqui o Juanma Ortega de turno, en quienes me he cagado más de una vez. ¡En ellos y en toda su familia!. Entiendo que lo que pretendían era que te compraras los discos, pero es que parece que disfrutaban con la mutilación de esas pequeñas joyas que tanto querías inmortalizar en tu modesta colección de cintas.

   Como no bastaba con sus comentarios absurdos y fuera de lugar, los pitidos de las señales horarias, las cuñas de la emisora y la publicidad, penetraban con violencia en cualquier momento del recorrido de la canción, para violar y humillar esa grabación que ya habías dado por perdida. Era indescriptible el cabreo que uno se pillaba cuando parecía que todo estaba saliendo bien y de repente se jodía con una frase a volumen brutal del tipo “¡del cua-cua-cua-cuarenta al uno-uno-unooooo!, ¡tú lista de éxitos!”. Volverías a intentarlo en otra ocasión, con una esperanza renovada que acabaría de nuevo en frustración. 


   Ante la escasez de dinero, muchas veces se apuraba el espacio de los cassettes y cuando estaban casi al final, la diferencia entre una canción de cuatro minutos o tres, podía significar que se agotaran y saltara de golpe el botón de rec-play del aparato. Mensaje captado. De nuevo se ha cortado mi temazo favorito.

   El intercambio de estas cutre-grabaciones era algo más que frecuente en los colegios, tanto para conseguir aquellos éxitos que no habías capturado, como para quedarte con el registro de ese hit que tu amigo lo tenía casi completo.

   Los soportes más usados eran de 60 y 45 minutos. Los de 90 eran más caros, pero te garantizaban que los LPs se copiaran enteros. La mayoría ocupaban entre media hora y cuarenta minutos, por lo que te entraban en una cara de la cinta. Si sobraba, siempre pedías al amiguete que te hacía el favor que te grabara cosas sueltas, para aprovechar hasta el último fragmento magnético. Las cintas de 120 eran una locura, más que nada porque el aparato reproductor (me refiero el radiocassette, no al otro aparato reproductor, ¡malpensados!) tenía que hacer un esfuerzo titánico para hacerlas girar, con el lógico desgaste de pilas. De ahí que se hiciera popular rebobinar o avanzar usando un boli Bic y dándole a la muñeca como si jugáramos con una carraca de feria. Aquello era ahorrar y lo demás son tonterías.


   El colmo de lo desesperado y bizarro de la época, era usar una grabadora para intentar plasmar una melodía directamente de la televisión, ya que en este medio solía aparecer el tema íntegro, sin indeseadas amputaciones. Aquello sonaba como un pedo tirado dentro de un trombón, pero compensaba porque habías conseguido la canción entera y muchas veces interpretada en directo, lo que la hacía única.

   Esa emoción se ha perdido en la era digital. A nadie se le ocurre que un mp3 pueda estar fragmentado. Uno puede descargar discografías completas, con buena calidad y con la seguridad de que la obra estará intacta. Evidentemente, prefiero los tiempos actuales, por la comodidad y el acceso a todo lo que uno desea. Pero sigo recordando aquellos remolinos en el estómago, las gotas de sudor desplazándose por el tobogán de las sienes, la respiración y la voz puestas en off, y el pulso en pleno duelo con la gravedad, sujetando el magnetófono mientras lo pegabas al altavoz de la tele. Aquello sólo se asemejaba al momento de acercarte a la chica que te gustaba para sacarle unas palabras y… lo que surgiera.

   Artículo publicado en el blog de Let's Market S.L. el 7 de agosto de 2017.