lunes, 28 de octubre de 2013

MEMORIA DE "S-PEZ-TRUM"


   Recuerdo aquel anuncio de Coca Cola de hace un par de años sobre los treintañeros y la nostalgia de los tiempos pasados (http://www.youtube.com/watch?v=m8nuKYl6cls) y pienso que dieron un toque muy yanqui al asunto. Los que nacimos en los 70 no solo tenemos en mente la ropa o la música en cassette. Ni generación X, ni jasp, ni X-Men, ni leches, somos la generación Nocilla.
   Si. No estaba la economía familiar como para andar con play-station, Ferreros Rocher, ni móviles (sobretodo porque no existía nada de esto, ni siquiera los bombones), así que nos inculcaron la cultura del ahorro, del esfuerzo, de la paciencia y, cómo no, impulsaron nuestra imaginación hacia la reutilización.
 


 
 
 
   Así pues, el recipiente de Nocilla se convertía en vaso de agua. Pero también aprendimos con la experiencia de muchos aspectos  vitales: la violencia en las aulas se practicaba gracias a “artefactos” como el canutillo del boli Bic y arroz, o un trozo ensalivado de papel (también con un globo roto atado al cuello de una botella grande de refresco); fuimos de los que sentimos miedo con el video “Thriller” de Michael Jackson; la prevención de riesgos en los parques era nula y los columpios, como el abrasador tobogán, eran trampas mortales; a los profesores se les precedía con un “Don” y siempre tuvieron credibilidad y tratamiento de autoridad frente a nuestros padres; si llevabas chándal debías andar cauteloso ante crápulas que te dejaban en calzoncillos; nuestra lívido se hizo mayor con los pechos de Sabrina y las clases de aeróbic de Eva Nasarre; nadie quería jugar al teto; las temporadas eran de chapas, peonza, yoyó y lima; la educación televisiva se dejó en manos de unos rombos y una bruja con cables; la ropa tampoco era tan importante mientras no transparentara la muda interior, eso sí, los calcetines deportivos blancos debían llevar su franja azul y roja en la parte superior; para jugar al ordenador había que hacer acopio de paciencia y esperar decenas de minutos mientras escuchábamos una banda sonora llena de pitidos y estruendos; las cabeceras de las series en televisión duraban una maravillosa eternidad que no estaba reñida con las ganas de volver a verlas al día siguiente; las rodillas y codos debían ir provistos de buenas costras, sobretodo en verano; Michael J. Fox podía tocar la pandereta y jugar al baloncesto lleno de vello; la droga adquirible en los colegios era el paloduz; tener gafas te relegaba a la etnia de los parias; el Amstrad fósforo verde era una máquina insalubre que te aumentaba las dioptrías; un cd los ahorros de muchas semanas; acabar un álbum de cromos era como ganar el Planeta; el baño era compartido y las habitaciones familiares escasas; el cambio climático aún estaba en el paritorio y las niñas se maquillaban en carnaval, ya que la infancia duraba bastantes años.

 

   Admiro aquella paciencia que nos permitía estar toda una tarde sentados en un banco del parque junto a un amigo, una bolsa de pipas, y una entrañable conversación. Incluso en silencio pasábamos el rato tan cómodos, sin necesidad de móvil, ipad, ni “duermeneuronas” similares.
   Son tantas las cosas que no se me olvidarán a pesar de mi memoria de “sPEZtrum”.
   Benditos años y bendita ingenuidad.
 
   Para Fermín

domingo, 6 de octubre de 2013

A TRAVÉS DEL CRISTAL


   Aquella noche estaba preciosa: había rescatado de las polillas aquel vestido olvidado que elogiaba su figura. Su cabello bruno y ensortijado, brotaba cual magma de un volcán y sus ojos te adentraban en un juego de espejos, devolviendo la imagen siempre distorsionada.

   Mientras asistía, como privilegiado espectador, a la película de su cuerpo, ella labraba surcos en el parquet del salón. Giraba imparable, dando vueltas y vueltas, cual guerrero Cimmerio encadenada a una rueda de molino, irradiando su impaciencia. Sabía que la cita era vital porque, si acababa mal, no habría otra oportunidad.

   Por ella no sería. Por eso preparó la cena a conciencia, incluyendo todo lo que a él le gustaba cuando compartían piso. Entre otros detalles, tenía dispuesta una botella de espumoso, para regar con Sauvignon Blanc los paladares.

   El atrezzo que servía de ecosistema al vino, estaba compuesto por una vajilla de fina porcelana, cubertería de esas que coge polvo en un cajón (hasta que se encuentra un motivo o una compañía por la cuál merezca la pena oxigenarla) y las socorridas velas, que hacían de luciérnagas en tan romántico escenario.
 
 
Portada del disco "Retro Active" de Def Leppard

   Cualquiera que como yo, observara el fruto del amor y la ilusión puestos en esta cita, se sentiría conmovido y desearía estar en el lugar del invitado. Nadie con un corazón salubre podría desaprobar tamaña muestra de esperanza por reparar algo que fue y dejó de ser.

   Por desgracia, yo nunca podré adoptar el papel que mencionaba, puesto que solo soy un delicioso vino de Rueda, que espía a través del cristal, siendo partícipe de la inquietud de una dama. Espero que mi mediación posibilite un acuerdo. Debo relajarme o mi sabor será distinto al esperado. Lástima de etiquetas, tan grandes y adosadas a mi cuerpo, quitan visibilidad a la escena.


Escrito original: 29-11-2011 para el Concurso Microcuento “Mujer y Vino” organizado por E+F a través de Facebook