Notición:
¡voy a ser padre!. Sí. A mis allegados les sorprenderá la noticia, pero así es:
voy a crear vida.
Lo
aclararé para evitar confusiones: voy a elaborar mi propia cerveza artesanal.
Quién diga que esto no es ser sumo hacedor, entonces es pater familias de verdad
y ve más las dificultades que los placeres de engendrar.
La
cerveza es literaria. Sus efluvios generan inspiración y estimulan la flora
mental para componer música, poesía, pintura, etc., o simplemente facilitan la
expulsión si nos excedemos.
Mi
intención, por tanto, no es hacer apología del alcoholismo (nada más lejos de
la realidad) solo pretendo volcar mis impulsos creativos en otro mundo más,
aparte del musical y el literario.
Tras
meses investigando en internet por todo tipo de webs en las que me empapé de
consejos, trucos, técnicas de elaboración, problemática, y tras hacer números
para ver qué equipo de iniciación debía comprar sin ser muy complejo (y lo más
barato posible), el pasado 3 de enero llegó el pedido de mi kit para principiantes.
Como estaba currando, lo recogieron los vecinos y enviaron un mensaje al móvil
anunciando que nos había llegado un ¿barril? de cerveza a casa. No pude evitar
pensar que me había equivocado con las medidas o había encargado otro equipo
muy diferente al que necesitaba. Pero no, el supuesto barril era solo el cubo fermentador,
con capacidad para 30 litros. Eso sí, la etiqueta de la empresa suministradora
me obligó a tener que dar explicaciones incómodas que, posiblemente,
deterioraran mi imagen de vecino comedido y responsable.
En
cuanto comencé con la receta de elaboración cervecil, ya me dí cuenta de que
tenía que haber invertido un poco más y haber comprado accesorios más
manejables. Pero bueno, veremos si el experimento es fructífero y merece la pena
como para seguir invirtiendo.
Para
no complicarme la vida nada más empezar, evité los pasos de comprar el grano,
molerlo, cocinarlo, etc. y adquirí directamente 3kg. de malta lista para
fermentar. De entre los variados packs a elegir, opté por el Indian Pale Ale de
la marca Muntons Gold. El contenido está preparado para calentar, mezclar con
agua mineral y añadir la levadura, hidratándola primero. Hay que controlar los
tiempos, cantidades y temperaturas. Teniendo en cuenta la posibilidad de
estropear la cerveza en cualquier fase del procedimiento, decidí hacer dos tandas,
y dividir la materia prima en 1’5 y 1’5 kg. (además de las cantidades de agua,
azúcar, etc).
Con
la primera partida comencé el sábado 19 de enero tras esterilizar convenientemente
el cubo fermentador y los aparejos a usar. El otro kilo y medio lo reservé para
más adelante. Después de conseguir la mezcla adecuada, uno de los momentos más
delicados es esperar a que se enfríe para adicionar la levadura. Hay que
procurar que sea rápido, para que ningún agente externo contamine la solución.
Dada la estación fría en la que nos encontramos, bastó con sacar a la calle el
fermentador, tapado durante un rato, para que la temperatura se situara entre 18
y 21 grados. Si nos equivocamos, la levadura se estropeará y no fermentará la
cerveza.
Se
mide entonces la densidad con el hidrómetro, extrayendo una muestra en la
probeta (que luego se eliminará) y comprobando que se sitúe entre 1040 y 1044
(D.O.: densidad original). Huele muy bien, como a miel caramelizada, y tiene un
sabor fuerte, como si probara cien marcas de cereales juntas. Veinte minutos
antes de enfriarse se rehidrata la levadura y se añade, mezclando todo
correctamente.
Llegados
a este punto, dejamos nuestro futuro elixir con la tapa puesta, pero sin cerrar
herméticamente, en una estancia con temperatura entre 18 y 21 grados. Así
esperaremos a que termine la fermentación en 7 u 8 días. En esta fase, muchas
recetas indican la utilización de airlock para salida de gases. No es este el
caso, aunque sí lo usaré en la segunda fermentación, que explicaré más
adelante.