domingo, 25 de febrero de 2018

DEMASIADO TARDE PARA MI AUTOBIOGRAFÍA


   Qué difícil es pensar en los años de colegio, los viajes al extranjero o los atardeceres de verano asistiendo, como privilegiado observador, a la caída del sol cual Ícaro envuelto en llamas.
   Imposible recordar los amores que tuve y no porque fueran muchos, ni porque merecieran ser olvidados.
   Complicado también es saber cuántos fieles amigos me acompañaron en este viaje de ida vital, o rememorar el embriagador olor de los sabrosos guisos maternos y cómo el pan se sumergía en el suculento caldo.
   Quién sabe si mañana, pasado, en un mes o dos, estas palabras que escribo con el pulso vacilante, sean lo único que me mantenga afianzado a la realidad, como un cordón umbilical al que aferrarme para que mi memoria no se disipe. Y es que son ya muchas las tardes que me pierdo al buscar el portal de mi casa, dudo del color que me da preferencia en los semáforos o tengo que usar como chuleta el calendario para situar mi existencia.
   Por eso aprovecho esta lucidez pasajera para inmortalizar en un papel esos besos juveniles que hacían enrojecer los labios, las caricias con cosquillas, los abrazos con fecha de caducidad, cantar en inglés ese estribillo que me gustaba tanto sin tener ni idea de idiomas, reservar para más tarde aquella carta que estaba deseando leer y que olía a dulce colonia femenina, la toalla reconfortante que me cubría al salir de la piscina, apagar el teléfono móvil cuando al día siguiente no había que madrugar o cómo el viento enmarañaba mi pelo cuando bajaba aquella pendiente con la bicicleta por primera vez.

Portada de Los Suaves del disco “El Jardín de las Delicias” (2005)

   Tengo que incluir en mis manuscritos los tiempos en que me tuteaba con el diablo cada vez que salía del trabajo los viernes con el coche, jugándome la vida sin querer morir, los sorbos de cerveza dados como si la noche acabara, cuando aún no había mermado ni la espuma, dormir con pijama y sábanas recién limpias, reptar por debajo del futbolín cuando el contrario dejaba mi marcador a cero, los versos que te dediqué y por los que te enamoraste, o esos chorros de agua ardiente provenientes de una ducha que vivificaban los huesos tras un frío y duro día a la intemperie.
   Garrafal error sería excluir de la lista los amores que no me correspondieron, pues también ellos proporcionaron adrenalina y emoción a mi maltrecho organismo, al igual que los enemigos por los que todas las jornadas trabajaba al máximo nivel, confiando en que un día no muy lejano el tiempo pondría a todos en su lugar.
   No puedo dejar de reflejar con detalle las noches deshaciendo tu cama, tu maquillaje y tu corazón, las que acababan abrazado a otro camarada, ebrios de euforia y amistad, y por supuesto las noches bebiendo para olvidar. Lástima que no existan licores que te permitan recordar, ni elixires, ni drogas. Sólo la lectura de estas líneas puede servir para plantar resistencia numantina a mi alzhéimer.
   Lo que más me apena es no haber puesto remedio mucho antes. Tantas cuartillas repletas, tantos bolígrafos agotados y ni una sola línea mencionando lo más preciado de mi andadura, aquello que tanto desearía recordar y que mi enfermedad ya ha borrado de un plumazo: el amor por mi hija.



Escrito original presentado en el I Certamen de Relato Breve 2017 "Residencia de Mayores Campiña de Viñuelas", Guadalajara (mayo 2017).   



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