Anoche
me he enrollado con uno de mis amores platónicos de la infancia. ¡Ay!,
¡perdón!. Voy a reescribir el comienzo de este relato para dar un toque más
literario y no parecer cronista rosa de Telecinco: Esta noche he tenido
un sueño.
Es curioso
cómo funciona nuestra cabeza mientras dormimos. Llevo años con mi novia,
más feliz que nunca y, de repente, en la oscuridad nocturna, me asalta la imagen
de aquella chica con la que no soñaba desde hace eones, como si fuera ayer
cuando la deseaba más que nada.
La ficción
se desarrollaba en un pueblo veraniego. Quedaba con ella todas las tardes para
pasear y había hallado una pequeña colina algo retirada donde se podía
disfrutar de una puesta de sol alucinante. El astro rey se arrastraba hacia el
horizonte impregnando de fulgor y matices todo el terreno a su paso. Era digno
de observar y yo quería compartir aquel descubrimiento con esa chica.
La encontré
en la plaza y fuimos a dar una vuelta por el itinerario habitual para no desvelar
la sorpresa. Me sorprendió agarrándome por la cintura. Parecía que era sólo una
maniobra para usarme de sustento puesto que había tropezado, pero la mano se
quedó ahí. Hice lo propio, colocando mi brazo por encima de su hombro.
Aquello prometía ser un ocaso inolvidable. Pero tras esta treta de
aproximación, me empujó bruscamente contra la pared de una calle y empezó a
besarme de forma frenética. No era lo que esperaba, pero tampoco lo que
deseaba. Lejos de excitarme, la situación me incomodaba y me producía cierto
rechazo. Mis labios dejaron de acompasar el movimiento de los suyos y la aparté
con suavidad:
- Detente,
no lo estropees D…, C…, N… ¡Vaya!, ¡casi se me escapa el nombre de la muchacha!
Portada de Saurom del disco “Sueños” (2015)
Me había hecho a la idea de ir juntos a
aquella colina, esperar el final del verano y que la magia hiciera el resto.
Precipitar así los acontecimientos me desbordó. Que no se me malinterprete,
siempre me ha gustado que la mujer tome la iniciativa y muchos de los mejores
recuerdos que tengo son los primeros besos que ellas me dieron. ¡Pero qué
ostias hago dando explicaciones si esto es un sueño!.
El caso es
que aquello me descolocó sobremanera y fue entonces cuando comprobé que
no era real. Esa niña no hubiera actuado así nunca y cuando miré a sus ojos con
sorpresa me di cuenta sin ninguna duda de que estaba dentro de un sueño.
Ya me había pasado en alguna ocasión, pero esta noche fue rotunda. Y tuve
tan claro que no estaba viviendo la realidad, que a los pocos segundos de
corroborarlo ya estaba abriendo los ojos, convertidos en criaderos de legañas.
Eran las
cinco de la mañana y me quedé un buen rato rememorando lo que aún podía recordar. Tenía
ganas de levantarme e inmortalizar todo en un papel para que no se me
escapara ningún detalle, pero seguí inerte en la cama, aunque no volví a dormitar.
Me llama la
atención cómo mitificamos los amores de la infancia. Aquello que nunca fue,
se muestra como idílico. También podría haber acabado en fracaso, pero
como nunca lo sabremos lo encumbramos al altar de los amores
irrealizables.
Es posible
que algún lector
se haya quedado con ganas de saber el nombre de la protagonista. Está bien. Lo
confesaré:
Aquella
preciosidad se llamaba…