jueves, 26 de diciembre de 2013

LA HEBILLA ES BELLA

   Nunca fui de los que demostraban su pasión por la música al espectador externo vistiendo ropa llamativa, luciendo larga melena o emitiendo voces estridentes. Mi timidez siempre me hizo ser discreto. Durante mis años más jovenes y rebeldes, como aficionado al heavy y al rock’n’roll, tuve el cabello hasta los hombros y vestí algunas camisetas negras de varios de mis grupos favoritos. Pero mi militancia rockera nunca pasó de ahí, evitando llamar la atención con calaveras, sangre, chupas con tachuelas, cinturones con balas, pinchos y demás parafernalia. Siempre me gustó más la estética rockabilly, con las botas altas de piel acabadas en punta, cazadoras, camisas elegantes y, sobretodo, las hebillas. Eso de llevar un parachoques metálico al frente me cautivó y desde la adolescencia me han acompañado como parte de mi indumentaria. Aficionarme a las mismas fue un paso lógico, ya que el cinturón era de uso inexcusable en mi atavío, puesto que siempre estuve tan delgado que, de no utilizarlo, los pantalones se hubieran dado por vencidos en su lucha contra la gravedad.
Ave tremenda que tuve que revender porque no necesitaba un ariete
   A principios de los 90, en un campamento en Francia, conocí a José Antonio: rocker liberal que no hacía ascos a grupos fuera del género, como Depeche Mode o Pet Shop Boys. Me recompró una hebilla que adquirí en un mercadillo, con un águila enorme, y que no sabía ni cómo ponerme, ya que mi desconocimiento del tema era tan grande que ignoraba que era necesario un cinturón adaptado con remaches para acoplar aquella rapaz.
   La primera hebilla que exhibí, con su cinto y todo, fue una que me regalaron mis padres tras volver de unas vacaciones en Mallorca: era rectangular, con un tren del oeste americano de la Wells & Fargo. Me duró muchos años hasta que un buen día se partió en dos por la mitad. Puedo demostrar que no fue porque me saliera tripa. Por suerte, cuando viajé a Nueva York en 2009, encontré una muy similar en una tienda y no me lo pensé (foto nº 1). El gasto era justificado por sus connotaciones nostálgicas. Gracias a ese desplazamiento a EE.UU. pude comprar algunos ejemplares muy guapos, ya que en España cuesta mucho encontrar motivos que no sean rosas o símbolos del dólar.




   Con el tiempo he ido formando una pequeña compilación en la que hay de todo: desde las piezas más heavies (foto nº 2), pasando por las más bonitas y discretas (fotos nº 7, 8 y 9), hasta llegar a las más originales y llamativas. Entre estas últimas se encuentra la espuela giratoria (foto nº 12), cuyo movimiento y colocación estratégica usé en el pasado para bromear con algunas chicas; la calavera vacuna (foto nº 6), de las más valoradas como objeto de coleccionista, con su número de serie y todo; el cargador de pistola Colt (foto nº 11) con su tambor rotatorio, o la que oculta un mechero Zippo (foto nº 14), cual cría en bolsa de canguro. Varias han perdido su color original, brillo y estética por uso y desgaste, pero también su dueño y ellas no se quejan.


 Fotos nº 11 (Tambor) y 12 (Espuela)


   Mi incipiente “tripita” hace que la hebilla de la vaca (foto nº 6) o la de Harley Davidson (foto nº 5) me cueste lucirlas, porque esas alas y cuernos pinchan, cual infidelidad en el corazón, y dejan marca (sólo corporal, por suerte). Atrás queda aquella tableta abdominal de la que presumía, no como resultado del ejercicio físico sino gracias al aspecto escuálido y raquítico que casi siempre he disfrutado.

 Fotos nº13 (Baraja) y 14 (Mechero)
   Dado que la mayor parte de mi vida laboral se ha desarrollado cara al público, he tenido que vestir ropa acorde con la “buena imagen” que preconiza la sociedad. Por eso, el uso de mis hebillas queda relegado a los fines de semana, junto con mis camisas vaqueras y, mientras me dure mi estupendo flequillo, el peine en el bolsillo trasero del pantalón, resquicio también de mi pasado rocker.

domingo, 24 de noviembre de 2013

AÚN QUEDAN PÁGINAS POR LLENAR, Aún quedan cervezas que vaciar


Hacemos comedia,
divina, mala e intermedia,
cultivamos el arte de la escritura,
filmamos películas, monólogos,
goliardos somos sin tablatura,
en originalidad nadie nos gana,
más de tres lustros nos avalan,
ponga un Desaborio en su casa.
 
Rebasamos duelos y quebrantos,
volamos metidos en jaulas,
somos fugitivos sedentarios,
nunca volveremos a las aulas.

Sibaritas de concomitancia,
enjundia para aliñar existencia,
celosos de esta compañía
que sirve como alternador
para cargar nuestras vidas,
“way of life” campeador,
quien quiera, que nos siga.

 El paso de una década a otra
quedó marcado por un lar,
mini-urbe repleta de edificios,
segundo hogar,
la UNI, la Laboral.

Crecimos y aprendimos juntos,
superando óbices diarios,
también suspendimos, algunos,
por pensar en atavíos escotados.


 
From San Pablo de los Montes to Eternity


Hubo un tiempo
en que fuimos los mejores,
pisando la hierba, el cartel y demás,
fuimos currelas, tiradetes,
deseando la yesca quemar.

 Un portal, un banco de madera,
un quiosco, un olivo en la acera,
buenos lares para hablar
de amores que nunca fueron,
de sueños, dudas y recelos.

 Nunca encontré Desaborios
con tan buen sabor,
aquí sobra el salero,
pon otra Mahou, por favor.

 Unos se dieron de baja,
otros de bruces,
el viento quitó la paja,
quedó el grano, a todas luces.

 Quien me iba a mí a decir
en aquellos días de comedor,
que COU no sería el fin,
sino un capítulo escrito,
de los muchos Desaborios
que tendrían que venir.

 Hubo quien dijo
que éramos una mala influencia,
esta es la que quiero yo,
que las buenas...
aburren y crean conciencia.


Para Los Desaborios, mis Compañeros de Viaje


Poema publicado en el libro "Desaborios, Compañeros de Viaje" (marzo de 2011)

lunes, 28 de octubre de 2013

MEMORIA DE "S-PEZ-TRUM"


   Recuerdo aquel anuncio de Coca Cola de hace un par de años sobre los treintañeros y la nostalgia de los tiempos pasados (http://www.youtube.com/watch?v=m8nuKYl6cls) y pienso que dieron un toque muy yanqui al asunto. Los que nacimos en los 70 no solo tenemos en mente la ropa o la música en cassette. Ni generación X, ni jasp, ni X-Men, ni leches, somos la generación Nocilla.
   Si. No estaba la economía familiar como para andar con play-station, Ferreros Rocher, ni móviles (sobretodo porque no existía nada de esto, ni siquiera los bombones), así que nos inculcaron la cultura del ahorro, del esfuerzo, de la paciencia y, cómo no, impulsaron nuestra imaginación hacia la reutilización.
 


 
 
 
   Así pues, el recipiente de Nocilla se convertía en vaso de agua. Pero también aprendimos con la experiencia de muchos aspectos  vitales: la violencia en las aulas se practicaba gracias a “artefactos” como el canutillo del boli Bic y arroz, o un trozo ensalivado de papel (también con un globo roto atado al cuello de una botella grande de refresco); fuimos de los que sentimos miedo con el video “Thriller” de Michael Jackson; la prevención de riesgos en los parques era nula y los columpios, como el abrasador tobogán, eran trampas mortales; a los profesores se les precedía con un “Don” y siempre tuvieron credibilidad y tratamiento de autoridad frente a nuestros padres; si llevabas chándal debías andar cauteloso ante crápulas que te dejaban en calzoncillos; nuestra lívido se hizo mayor con los pechos de Sabrina y las clases de aeróbic de Eva Nasarre; nadie quería jugar al teto; las temporadas eran de chapas, peonza, yoyó y lima; la educación televisiva se dejó en manos de unos rombos y una bruja con cables; la ropa tampoco era tan importante mientras no transparentara la muda interior, eso sí, los calcetines deportivos blancos debían llevar su franja azul y roja en la parte superior; para jugar al ordenador había que hacer acopio de paciencia y esperar decenas de minutos mientras escuchábamos una banda sonora llena de pitidos y estruendos; las cabeceras de las series en televisión duraban una maravillosa eternidad que no estaba reñida con las ganas de volver a verlas al día siguiente; las rodillas y codos debían ir provistos de buenas costras, sobretodo en verano; Michael J. Fox podía tocar la pandereta y jugar al baloncesto lleno de vello; la droga adquirible en los colegios era el paloduz; tener gafas te relegaba a la etnia de los parias; el Amstrad fósforo verde era una máquina insalubre que te aumentaba las dioptrías; un cd los ahorros de muchas semanas; acabar un álbum de cromos era como ganar el Planeta; el baño era compartido y las habitaciones familiares escasas; el cambio climático aún estaba en el paritorio y las niñas se maquillaban en carnaval, ya que la infancia duraba bastantes años.

 

   Admiro aquella paciencia que nos permitía estar toda una tarde sentados en un banco del parque junto a un amigo, una bolsa de pipas, y una entrañable conversación. Incluso en silencio pasábamos el rato tan cómodos, sin necesidad de móvil, ipad, ni “duermeneuronas” similares.
   Son tantas las cosas que no se me olvidarán a pesar de mi memoria de “sPEZtrum”.
   Benditos años y bendita ingenuidad.
 
   Para Fermín

domingo, 6 de octubre de 2013

A TRAVÉS DEL CRISTAL


   Aquella noche estaba preciosa: había rescatado de las polillas aquel vestido olvidado que elogiaba su figura. Su cabello bruno y ensortijado, brotaba cual magma de un volcán y sus ojos te adentraban en un juego de espejos, devolviendo la imagen siempre distorsionada.

   Mientras asistía, como privilegiado espectador, a la película de su cuerpo, ella labraba surcos en el parquet del salón. Giraba imparable, dando vueltas y vueltas, cual guerrero Cimmerio encadenada a una rueda de molino, irradiando su impaciencia. Sabía que la cita era vital porque, si acababa mal, no habría otra oportunidad.

   Por ella no sería. Por eso preparó la cena a conciencia, incluyendo todo lo que a él le gustaba cuando compartían piso. Entre otros detalles, tenía dispuesta una botella de espumoso, para regar con Sauvignon Blanc los paladares.

   El atrezzo que servía de ecosistema al vino, estaba compuesto por una vajilla de fina porcelana, cubertería de esas que coge polvo en un cajón (hasta que se encuentra un motivo o una compañía por la cuál merezca la pena oxigenarla) y las socorridas velas, que hacían de luciérnagas en tan romántico escenario.
 
 
Portada del disco "Retro Active" de Def Leppard

   Cualquiera que como yo, observara el fruto del amor y la ilusión puestos en esta cita, se sentiría conmovido y desearía estar en el lugar del invitado. Nadie con un corazón salubre podría desaprobar tamaña muestra de esperanza por reparar algo que fue y dejó de ser.

   Por desgracia, yo nunca podré adoptar el papel que mencionaba, puesto que solo soy un delicioso vino de Rueda, que espía a través del cristal, siendo partícipe de la inquietud de una dama. Espero que mi mediación posibilite un acuerdo. Debo relajarme o mi sabor será distinto al esperado. Lástima de etiquetas, tan grandes y adosadas a mi cuerpo, quitan visibilidad a la escena.


Escrito original: 29-11-2011 para el Concurso Microcuento “Mujer y Vino” organizado por E+F a través de Facebook

lunes, 2 de septiembre de 2013

INTROSPECCIÓN LITERARIA. (Para Espido Freire)

   Uno de los trabajos que la escritora Espido Freire nos planteó a los alumnos del “Curso de Creación Literaria 2007” organizado por la Biblioteca de Castilla La Mancha, fue entregarle una lista de refuerzos, defectos, puntos débiles y costumbres adquiridas a la hora de escribir. Se me ocurrió presentar el ejercicio en verso, con referencias a los consejos de sus clases y a su trayectoria en el mundo literario, y este fue el resultado:


INTROSPECCIÓN LITERARIA

(Para Espido Freire)

Mis puntos débiles son una condena:
poseo falta de disciplina,
mi tiempo siempre en reloj de arena,
uso en exceso el corazón,
envuelto en corona de espinas.

Como bien decías,
mi entorno me influye,
estoy sometido
 a la dictadura de amigos y pareja,
sin ellos mis ideas no fluyen,
así pues, escribo para otros,
no exento de quejas.

Por el contrario,
como piropo,
soy modesto,
mal está que lo diga,
mi sueño o fábula no es ser Esopo,
ni busco premios que coronen mi vida.

No ansío el Planeta a los 25,
más que nada por pasar de los 30,
ni impartir talleres con ahínco,
aunque no despreciaría un record de ventas. 

Carezco pues de vocación,
de savoir-faire,
antes que al público busco primero mi placer,
soy más epicúreo que asceta,
antes que Cervantes prefiero a Labordeta.

Para destacar en este punto,
tus clases son analgésico,
es imposible sentirse ausente,
pero temo convertirme en drogodependiente.

Creo ser solvente en la descripción
de personajes que me rodean,
siempre creí escribir con el corazón
y ahora me doy cuenta de que es con la cabeza.

 

Fotografía obra de Carlos Estévez ©
 

Mi mejora sería elogiable
a través de constancia y dedicación,
pero mi trabajo es juez insobornable
y a mi estómago adulo con devoción.

Para emplear tiempo
debo robárselo a necesidades dispares
y una de dos,
o me alejo de mi Gibson,
o hago que mi partenaire se enfade.

Mis refuerzos pasan por
buscar historias fuera de mi globo ocular,
ceñirme a ser receptor anónimo
y no protagonista principal.

Tras escucharte por vez primera
siento no encajar en esta selección:
no derribaste mitos,
creencias ni quimeras,
pues las mías aún no estaban en construcción.

Un recurso que me anoto
es el de la RAE,
ya que para aprender vocabulario
siempre fui devoto
de Javier Krahe.

Te aconsejo, si no conoces,
Wordreference.com,
para encontrar sinónimos
o arrojar luz sobre una definición.

Como ves, soy más de verso que de prosa,
más de rima libre que de glosa,
por ello:
Siento haberme tomado esta licencia,
espero que
no me prives de tus ojos, Espido,
si crees que me burlo,
invoco tu clemencia
para evitar la carta de despido.
Demasiados trovadores y poetas
me hacen poco metódico
y muy intuitivo.

En definitiva:
debo dejar de lado la poesía
y dedicarme a otras artes,
para ganar soltura y desparpajo
me sirven de enmienda tus clases.

Por cierto:
¿no encuentras en mi texto
ningún arrendajo?

 

sábado, 24 de agosto de 2013

EL JUEGO DE ENDER. Orson Scott Card

Autor: Orson Scott Card
Editorial: Planeta DeAgostini
Año: 1977
Valoración: 6’5
Temática: Ciencia-ficción


   En el año 2070 la humanidad está en guerra con los insectores, una raza extraterrestre a la que ya derrotaron, pero con grandes dosis de suerte, ya que estos seres se encuentran en enorme superioridad. Para preparar el enfrentamiento final, la Escuela de Batalla recluta niños a partir de los seis años con el fin de adiestrar y buscar al que será estratega y guía de la flota en el planeta enemigo. Los niños prodigio seleccionados deberán pasar durísimas pruebas físicas y mentales, sobretodo el protagonista, Andrew Wiggin (Ender), al que aislarán y presionarán sin piedad para obtener lo mejor de él (o lo peor).
   Podría parecer la típica historia de ciencia-ficción con naves, armas láser, batallas, etc., pero no. Poca acción de este tipo encontraremos. La novela se basa en el desarrollo y crecimiento de Ender desde una perspectiva psicológica. Nos mostrará sus miedos, dudas, temores, locuras, desde el punto de vista de un niño al que obligan a ser adulto desde muy temprano. Sentirá frustración, odio, ira, depresión, en su crecimiento hacia el liderazgo de la humanidad. Ese es el punto más destacado, la psicología del personaje.
   Por el contrario, echo en falta más acción, ya que la que aparece se limita a juegos de ordenador, simuladores y entrenamientos en salas cerradas. Durante todo el libro se habla de la gran guerra y resulta que cuando llega, dura un abrir y cerrar de ojos. Lo veo poco verosímil, al igual que la educación y el comportamiento de Ender tratándose de un niño de seis años.
   Ha obtenido los premios más prestigiosos de la ciencia-ficción (Nébula y Hugo) y es el primero de exitosas sagas (la Saga de Ender, la Saga de las Sombras, etc.), aun así me esperaba mucho más y, aunque lo he leído de un tirón, me ha decepcionado un poco. Sé que hay gran cantidad de seguidores de estos volúmenes a los que mi opinión no gustará, pues muchos de ellos mitifican la obra de Orson Scott Card, pero mentiría si dijera que tengo ganas de leer la segunda parte. Que me disculpen por ello.
   Si nunca habíais oído hablar de “El Juego de Ender”, deciros que la Warner quiere estrenar una superproducción cinematográfica en menos de un año, así que estará hasta en la sopa.

domingo, 12 de mayo de 2013

INAUGURACIÓN Y DEGUSTACIÓN DE LA NUEVAS CERVEZAS "KOLDO MIKEL" BREWERY

   La fecha decidida es el próximo sábado 18 de mayo de 2013. Solo un grupo selecto de valientes serán los elegidos para la inauguración y cata de las primeras cervezas Koldo Mikel (since 2013).
   Pues sí, amiguitos, la birra artesana que elaboré a principios de año está lista para ser degustada, con riesgo para la salud, pero ¿quién encuentra retos como este todos los días?. Muchos han sido los que se han prestado voluntarios por amistad, por afición a la bebida fermentada y también, por qué no decirlo, por inconsciencia.
   ¿Por qué llamarla Koldo Mikel?. Bueno, es el equivalente de mi nombre en vasco: Luis Miguel. Todo lo gastronómico suena mucho mejor en esta lengua y, como dijo mi buen amigo José Ángel, “tener un vasco en tu mesa siempre da prestigio”. Por ello, dado que no nací en esa tierra, por su musicalidad y buena pronunciación, y porque es una palabra a la que veo salida comercial, he decidido quedarme con ella.
   Las cuatro variedades que podrán beberse sólo tienen diferencias en cuanto al tiempo de fermentación en botella y a los azúcares agregados para la gasificación natural:

-          Koldo Mikel Sputnik I:  3 meses (edición graduado escolar). Azúcar blanco. 3,9 Grados

-          Koldo Mikel Sputnik II: 3 meses (edición graduado escolar). Azúcar moreno. 3,9 Grados

-          Koldo Mikel Sputnik III: 2 meses (edición parvulario). Azúcar blanco. 5,4 Grados

-          Koldo Mikel Sputnik IV: 2 meses (edición parvulario). Azúcar moreno. 5,4 Grados  

   En cuanto a los motivos de usar el nombre del famoso satélite artificial ruso, es muy sencillo: estas cervezas están en periodo de prueba. Si todo sale bien, seguiré experimentando y, cuando consiga algún sabor que merezca la pena, buscaré una denominación definitiva y más acorde a lo que pretendo.

  

sábado, 11 de mayo de 2013

SER SUMO HACEDOR. Parte 2

   Ver Parte 1

   El siguiente sábado 26 de enero y tras 7 días en los que la temperatura del hogar fluctuó entre 16 y 22 grados, me aventuré a levantar la tapa del fermentador. El olor a gas generado (inexistente en la morada hasta ese momento) se hizo protagonista, aunque menos de lo que esperaba. Quedaba alguna burbuja, pero para garantizar que la primera fermentación hubiera finalizado, trasladé la cerveza al cubitainer a través del tubo “en U” para sifonar el líquido sin arrastrar sedimentos. Volví a medir una muestra con el hidrómetro obteniendo una densidad final (D.F.) en torno a 1012. Esto es importante para determinar el grado alcohólico que tendrá el brebaje. Llené el fermentador secundario y esta vez sí lo cerré con el airlock, que es el dispositivo que controla la entrada de aire, ya que el procedimiento en esta ocasión es anaerobio. El poso que queda de levadura, según leí, es bueno para cocinar y hacer vinagretas, pero dado su desagradable aspecto viscoso, me deshice de él. 




  
   El cubitainer es un envase no rígido de plástico y por tanto muy incómodo de manejar. Por ello tuve que meterlo en una caja de cartón, para que el airlock se mantuviese vertical. El objetivo era que no derramase el agua (o alcohol) que lleva dentro, algo que no pude impedir, ya que se siguen produciendo gases que hinchan la bolsa y la deforman, moviendo el tapón.
   Los días siguientes, el mejunje cervecil estuvo a 14-15 grados de temperatura. Lo dejé en el garaje y el coche pasó las frías noches en la calle, precisamente las más gélidas del año. El sacrificado vehículo se cubrió de capas de hielo matutinas para que el proyecto saliera adelante, evitando contaminar el producto con sus gases.

   Pasada otra semana, el 2 de febrero, procedí a lavar y esterilizar las botellas que hospedarían mi etílica creación. Fue complicado trasladar todo del fermentador secundario a las botellas, porque el tubo con silicona y el tubo con válvula a utilizar hay que encajarlos mientras se aspira aire, para que la presión haga el resto y circule la cerveza. El caso es que el suelo de la cocina disfrutó de un fregado inesperado y derramé una parte del fruto de tanto esfuerzo.


   El resultado final fueron 9 litros entre botellas de medio y de tercero. También las separé entre 4’5 con azúcar moreno y otros 4’5 litros con azúcar normal, para ver las posibles diferencias de sabor, fuerza, color, etc. Hay que usar chapas vírgenes y una herramienta para que queden bien selladas, además de dejar unos 2 o 3 cm. de espacio entre el líquido y la chapa, para que se gasifiquen de manera natural.

   Ahora ya solo queda esperar la tercera fermentación durante 2 o 3 meses y comprobar si la gestación se ha hecho con éxito. La verdad es que, con la cantidad de probabilidades que hay de que se contamine y deteriore, y tras los errores cometidos, será prácticamente un milagro que tenga buen sabor y salga bien. Quizá tenga la suerte de personajes insignes como Fleming y aflore una cerveza maravillosa, al igual que cuando el mencionado científico descubrió la penicilina por casualidad, pero nadie dijo que ser padre fuera fácil. Tener paciencia, educar con sabiduría y ser comprensivo no basta para que nuestra progenie sea ejemplar. Por ello, incluso de familias ilustres salen hijos rebeldes.

   La siguiente fase será la más gratificante: la cata, o quizá la que genere más desengaño. Para ello, aún habrá que esperar. Ojalá no decepcione a la diosa Ceres. ¿Conseguiré ser un homebrewer?, o por el contrario ¿solo llegaré a “Homer-brewer”?.
   Continuará ...

   Ver Parte 3

miércoles, 17 de abril de 2013

A LA TERCERA… ¿VA LA DESPEDIDA? (Crónica de un concierto de AC/DC) Parte 4

(Escrito inicial: julio de 2009) (Parte 1 en el post con fecha 7 julio 2011)Ver la Parte 1
                                                 (Parte 2 en el post con fecha 3 agosto 2011) Ver la Parte 2
                                                 (Parte 3 en el post con fecha 22 julio 2012) Ver la Parte 3

   Tiempo después, llegó el resto del grupo desde el hotel con unas botellitas de agua para refrescar la espera que, por cierto, supieron a poco.
   Creo que entramos sobre las seis de la tarde y ya era difícil alcanzar las primeras filas. Sin empujar ni soportar apretones, cogimos sitio a la derecha de la plataforma central en la que aparece Angus por sorpresa (que ya dejó de serlo hace tiempo) durante “Let there be Rock”.
   Al entrar al recinto y observando el pebetero, era inevitable no pensar en las olimpiadas del 92 y, sobretodo, en aquella flecha que inició el evento. Ahora que me he aficionado al tiro con arco me doy cuenta de la dificultad de aquel disparo, aunque parece ser que no llegó a dar en el blanco: bastó con pasar por encima de la antorcha para que una cortina de gas hiciera el resto. ¿Dónde cayó entonces el dardo flamígero?. Aun así, era una parábola muy, muy complicada y salió a la primera, por suerte.


   El escenario de esta gira era descomunal: estaba coronado con unas gorras cornudas en cada extremo sobre las torres de amplis; tenía una pasarela en medio del escenario para que se desahogue Angus, detalles de engranajes mecánicos y una gran pantalla central.
   No sé si he asistido alguna vez a un concierto tan multitudinario (62.000 espectadores, fuente: www.elperiódico.com) y con ese despliegue, aunque a la postre, me quedo con el espectáculo de aquel “No Bull” en la plaza de toros de Las Ventas en 1996.
   Como éxito del merchandising “acedeciano” podían observarse diademas con cuernos luminosos intermitentes que, una vez caída la noche, crearon un efecto muy chulo, como de miles de demonios con ojillos rojos.
   Llegamos con mucho tiempo de antelación y, además, había dos teloneros, por lo que faltaban varias horas para que AC/DC hicieran acto de presencia. Pudimos estar sentados solo un rato, porque la afluencia de gente hizo que nos pusiéramos de pie para preocupación de nuestros riñones. Aliviar la vejiga fue labor complicada que todos realizamos antes de la descarga de los australianos, en mi caso dos veces, ya que estaba bastante nervioso, como una joven teenager ante Elvis. Se tardaba un rato largo en sortear a tanta gente, llegar a los baños y volver. Por eso repugnaba ver a unos cuantos guarros mear en cualquier esquina, incluso uno pretendía hacerlo de pie alrededor de toda la aglomeración, teniendo José Ángel que mandarle a paseo para que no le salpicara. Cosas de los conciertos, entre miles de personas siempre hay unos cuantos maleducados que te hacen sentir pena por pertenecer al género humano.
   Lo bueno es que encuentras diversidad de edades, estilos y vestimentas variopintas: heavies, rockeros, público normal y corriente, carrozas, críos y hasta familias con los hijos, y todos con la equipación de AC/DC (camiseta, bandera y diadema con cuernos incluida).
   A mi lado había una pareja de chavales muy jóvenes que me trasladaron por un momento al pasado. Irradiaban ilusión en el rostro y brillo en los ojos, la misma sensación que tuve yo hace ya trece años, cuando disfruté de esta gran banda en la gira del “Ballbreaker”.
   Se hizo muy larga la espera, demasiadas horas de pie tras un fin de semana de turismo. Las actuaciones de los dos teloneros, primero Lilith y después The Answer, no quitaron de mi espalda y riñones el peso que estaban soportando. No les presté mucha atención pero es que, en un momento así, es imposible atender a algo que no sea la guitarra de Angus, los riffs de Malcolm o los rasgueos vocales de Brian. El bajo de Cliff nunca destacó mucho y Phil Rudd creo que es un soso tremendo encima de una batería (más simple que el mecanismo de un botijo). Por eso cuando leí que el gran Chris Slade iba a sustituirle en esta parte final de la gira, mis oídos sonrieron y es que su potente pegada, su carisma, imagen y su lengua fuera mientras golpea los parches, vale mil veces más que la mecánica robótica de Phil. Estaba a unos minutos de comprobar que esa información era incorrecta.
   Continuará...
   Ver Parte 5

sábado, 23 de febrero de 2013

SER SUMO HACEDOR. Parte 1



   Notición: ¡voy a ser padre!. Sí. A mis allegados les sorprenderá la noticia, pero así es: voy a crear vida.
   Lo aclararé para evitar confusiones: voy a elaborar mi propia cerveza artesanal. Quién diga que esto no es ser sumo hacedor, entonces es pater familias de verdad y ve más las dificultades que los placeres de engendrar.
   La cerveza es literaria. Sus efluvios generan inspiración y estimulan la flora mental para componer música, poesía, pintura, etc., o simplemente facilitan la expulsión si nos excedemos.
   Mi intención, por tanto, no es hacer apología del alcoholismo (nada más lejos de la realidad) solo pretendo volcar mis impulsos creativos en otro mundo más, aparte del musical y el literario.







   Tras meses investigando en internet por todo tipo de webs en las que me empapé de consejos, trucos, técnicas de elaboración, problemática, y tras hacer números para ver qué equipo de iniciación debía comprar sin ser muy complejo (y lo más barato posible), el pasado 3 de enero llegó el pedido de mi kit para principiantes. Como estaba currando, lo recogieron los vecinos y enviaron un mensaje al móvil anunciando que nos había llegado un ¿barril? de cerveza a casa. No pude evitar pensar que me había equivocado con las medidas o había encargado otro equipo muy diferente al que necesitaba. Pero no, el supuesto barril era solo el cubo fermentador, con capacidad para 30 litros. Eso sí, la etiqueta de la empresa suministradora me obligó a tener que dar explicaciones incómodas que, posiblemente, deterioraran mi imagen de vecino comedido y responsable.


   En cuanto comencé con la receta de elaboración cervecil, ya me dí cuenta de que tenía que haber invertido un poco más y haber comprado accesorios más manejables. Pero bueno, veremos si el experimento es fructífero y merece la pena como para seguir invirtiendo.
   Para no complicarme la vida nada más empezar, evité los pasos de comprar el grano, molerlo, cocinarlo, etc. y adquirí directamente 3kg. de malta lista para fermentar. De entre los variados packs a elegir, opté por el Indian Pale Ale de la marca Muntons Gold. El contenido está preparado para calentar, mezclar con agua mineral y añadir la levadura, hidratándola primero. Hay que controlar los tiempos, cantidades y temperaturas. Teniendo en cuenta la posibilidad de estropear la cerveza en cualquier fase del procedimiento, decidí hacer dos tandas, y dividir la materia prima en 1’5 y 1’5 kg. (además de las cantidades de agua, azúcar, etc).

   Con la primera partida comencé el sábado 19 de enero tras esterilizar convenientemente el cubo fermentador y los aparejos a usar. El otro kilo y medio lo reservé para más adelante. Después de conseguir la mezcla adecuada, uno de los momentos más delicados es esperar a que se enfríe para adicionar la levadura. Hay que procurar que sea rápido, para que ningún agente externo contamine la solución. Dada la estación fría en la que nos encontramos, bastó con sacar a la calle el fermentador, tapado durante un rato, para que la temperatura se situara entre 18 y 21 grados. Si nos equivocamos, la levadura se estropeará y no fermentará la cerveza.
   Se mide entonces la densidad con el hidrómetro, extrayendo una muestra en la probeta (que luego se eliminará) y comprobando que se sitúe entre 1040 y 1044 (D.O.: densidad original). Huele muy bien, como a miel caramelizada, y tiene un sabor fuerte, como si probara cien marcas de cereales juntas. Veinte minutos antes de enfriarse se rehidrata la levadura y se añade, mezclando todo correctamente. 


   Llegados a este punto, dejamos nuestro futuro elixir con la tapa puesta, pero sin cerrar herméticamente, en una estancia con temperatura entre 18 y 21 grados. Así esperaremos a que termine la fermentación en 7 u 8 días. En esta fase, muchas recetas indican la utilización de airlock para salida de gases. No es este el caso, aunque sí lo usaré en la segunda fermentación, que explicaré más adelante. 
   Continuará...

   Ver Parte 2