El siguiente sábado 26 de enero y tras 7
días en los que la temperatura del hogar fluctuó entre 16 y 22 grados, me
aventuré a levantar la tapa del fermentador. El olor a gas generado
(inexistente en la morada hasta ese momento) se hizo protagonista, aunque menos
de lo que esperaba. Quedaba alguna burbuja, pero para garantizar que la primera
fermentación hubiera finalizado, trasladé la cerveza al cubitainer a través del
tubo “en U” para sifonar el líquido sin arrastrar sedimentos. Volví a medir una
muestra con el hidrómetro obteniendo una densidad final (D.F.) en torno a 1012.
Esto es importante para determinar el grado alcohólico que tendrá el brebaje. Llené
el fermentador secundario y esta vez sí lo cerré con el airlock, que es el
dispositivo que controla la entrada de aire, ya que el procedimiento en esta
ocasión es anaerobio. El poso que queda de levadura, según leí, es bueno para
cocinar y hacer vinagretas, pero dado su desagradable aspecto viscoso, me deshice
de él.
El cubitainer es un envase no rígido de
plástico y por tanto muy incómodo de manejar. Por ello tuve que meterlo en una
caja de cartón, para que el airlock se mantuviese vertical. El objetivo era que
no derramase el agua (o alcohol) que lleva dentro, algo que no pude impedir, ya
que se siguen produciendo gases que hinchan la bolsa y la deforman, moviendo el
tapón.
Los
días siguientes, el mejunje cervecil estuvo a 14-15 grados de temperatura. Lo
dejé en el garaje y el coche pasó las frías noches en la calle, precisamente
las más gélidas del año. El sacrificado vehículo se cubrió de capas de hielo
matutinas para que el proyecto saliera adelante, evitando contaminar el producto
con sus gases.
Pasada otra semana, el 2 de febrero, procedí
a lavar y esterilizar las botellas que hospedarían mi etílica creación. Fue
complicado trasladar todo del fermentador secundario a las botellas, porque el
tubo con silicona y el tubo con válvula a utilizar hay que encajarlos mientras
se aspira aire, para que la presión haga el resto y circule la cerveza. El caso
es que el suelo de la cocina disfrutó de un fregado inesperado y derramé una
parte del fruto de tanto esfuerzo.
El resultado final fueron 9 litros entre
botellas de medio y de tercero. También las separé entre 4’5 con azúcar moreno
y otros 4’5 litros con azúcar normal, para ver las posibles diferencias de
sabor, fuerza, color, etc. Hay que usar chapas vírgenes y una herramienta para
que queden bien selladas, además de dejar unos 2 o 3 cm. de espacio entre el
líquido y la chapa, para que se gasifiquen de manera natural.
Ahora ya solo queda esperar la tercera
fermentación durante 2 o 3 meses y comprobar si la gestación se ha hecho con
éxito. La verdad es que, con la cantidad de probabilidades que hay de que se
contamine y deteriore, y tras los errores cometidos, será prácticamente un
milagro que tenga buen sabor y salga bien. Quizá tenga la suerte de personajes insignes
como Fleming y aflore una cerveza maravillosa, al igual que cuando el
mencionado científico descubrió la penicilina por casualidad, pero nadie dijo
que ser padre fuera fácil. Tener paciencia, educar con sabiduría y ser
comprensivo no basta para que nuestra progenie sea ejemplar. Por ello, incluso
de familias ilustres salen hijos rebeldes.
La siguiente fase será la más gratificante:
la cata, o quizá la que genere más desengaño. Para ello, aún habrá que esperar.
Ojalá no decepcione a la diosa Ceres. ¿Conseguiré ser un homebrewer?, o por el contrario ¿solo llegaré a “Homer-brewer”?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario