sábado, 30 de abril de 2016

TENGO UNA VITRINA CON TROFEOS, SIN SER YO DEPORTISTA

    A la hora de hablar de gastronomía nadie duda de la importancia de lo visual y no sólo se atiende al gusto y olfato. Por eso, creo que para beber, la estética también es esencial. A mucha gente le da igual que sirvan una cerveza en tubo, vaso de caña o jarra; no les importa si el envase está congelado o si se ha mojado o no el interior. Todo esto influye, aunque no lo creamos y es que, antes de beber o comer, el alimento entra primero por los ojos. Me darán la razón aquellos que comparen el tomarse una rubia de trigo en copa larga y ancha en vez de en un simple vaso de agua.
   Hoy en día es fácil encontrar en cualquier supermercado ofertas de botellas con su copa-jarra incorporada de regalo, pero hace algunas décadas el envase corporativo de cada marca era exclusivo de los bares, así que la única manera de comenzar una colección de esta índole era siendo amigo de lo ajeno. Tengo que reconocer, por tanto, que mis primeras adquisiciones fueron afanadas para la causa. También tenían dudosa procedencia las que me regalaban amigos y familiares cuando viajaban. Así conseguí los ejemplares de Chimay, Guinness o Leffe.
   Más tarde llegaron los premios por obtener varios packs de Mahou. Recopilando pruebas de compra me enviaron algunos modelos de “La Historia de la Cerveza”: en cada jarra había un grabado que representaba un momento histórico relacionado con la cerveza (el descubrimiento de América, la imprenta, Persia, el ferrocarril, etc).
   Con los años puedo presumir de una buena muestra de recipientes para disfrutar de mi bebida favorita: desde las clásicas jarras de vidrio y barro, pasando por las weizen alargadas de trigo hasta las copas tipo thistle o tulipa, más finas y decorativas.
   En los 90 recuerdo con nostalgia aquellas noches de juventud bebiendo birra en tubo o en un mini de plástico; ¡era de sibaritas tomarla de otra manera!. Pero de vez en cuando uno pisaba La Abadía de Toledo, cogía sitio en las cuevas de la planta baja y se daba el capricho de una Spaten, Alexander o Erdinger en su correspondiente cristal. Hoy el local continúa abierto pero ya es muy diferente. También era una gozada pedir una bota de cerveza para compartir. Era curioso porque cuando el líquido llegaba al tacón había  que ser diestro al girar y pingar la bota , pues una enorme burbuja podía subir y estallarte en la cara. Fueron muchas las veces que hicimos la prueba sacrificando amigos principiantes para ver cómo se mojaban.
   Siempre supe que la “probeta” con la base de madera de la marca Kwak, la Judas o la Duvel estarían entre mis preferidas. Sólo me queda una por conseguir que me trae estupendos recuerdos y que sigue siendo de mis cervezas más queridas: el cáliz de “La Fruta Prohibida” (Hoegaarden Le Fruit Defendu). No es un vaso espectacular, al menos no tanto como otros y las figuras grabadas son siluetas comparadas con la etiqueta original pero como he dicho, me puede la melancolía. Mientras reservo un hueco en mi vitrina, la tomaré en la copa de La Trappe.
   Me prometí hace años no comprar más ejemplares: “Tengo suficientes y para todos los tipos”, me he repetido en varias ocasiones, pero de vez en cuando sucumbo a la tentación y no puedo resistirme con alguna preciosa pieza. La última que me ha conquistado es la thistle de la casa Tripel Karmeliet, cuya efigie revaloriza mi colección. Eso sí, la vitrina de mi salón que alberga los preciados modelos ya no da abasto y cada vez se parece más a una patera (permitidme la fallida expresión).
   Mucho erudito en la materia dirá que tampoco importa tanto el recipiente y que apenas influye en la cata. Tengo que discrepar, ya que hay enormes diferencias para el correcto desarrollo y persistencia de la espuma, para gozar de los olores, para que se oxigene el contenido, incluso para disfrute visual o estético. La vista y la psique prefieren una copa de vidrio que la típica jarra de barro alemana con tapa. Que sí, que suele ser bonita y conserva la temperatura, pero da igual si viertes en ella una Weihenstephan o una Delirium Tremens, ya que te pierdes el color de la bebida, los olores, apreciar la textura de la espuma, etc.
   Es doloroso perder una de estas piezas que me han acompañado en momentos tan placenteros. Cuando oigo saltar los cristales algo se astilla en mi interior. Por eso las manejo como material altamente frágil y nunca, nunca, uso el lavavajillas.


   Artículo publicado en el blog Biero el 30-4-2016 bajo el seudónimo de Koldo Mikel.

3 comentarios:

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  2. Qué sed... Sólo viendo esas copas soy una víctima del efecto del Perro de Pávlov.
    Excelente artículo y ejemplo de cómo disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

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    1. Así es, una buena cerveza, patatuelas fritas, buena compañía y conversación, poco más hace falta para ser feliz. Gracias por tu comentario Eleonora.

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