¡Ah, que bel-la cosa! (pronúnciese en italiano que queda mejor). Los
sentimientos que me provoca la música son algo prácticamente imposible de
describir. Da igual la de libros que me haya leído, la facilidad de palabra que
posea o la destreza para escribir, explicarme o componer que pueda tener: no localizo
nunca los términos idóneos para definir tal amalgama de sensaciones especiales.
Supongo que quién inventó la música lo hizo a propósito, dado que no encontraba
las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Por ello creó este
maravilloso mecanismo de transmisión de emociones.
Me gustaría insistir en la
importancia de la música en sí, dejando de lado los textos, las letras, ya que
unos simples acordes, un arpegio, un piano mientras se juega al póker, un
violín inquientante o un saxo nocturno pueden decir mucho más que unos
vocablos. De ahí que las canciones en idiomas no conocidos pueden llegar hasta
el alma, con independencia de que sean en inglés o en chino mandarín.
Eliminando la parte violenta
de aquella frase rancia de colegios de otro tiempo, yo diría que “la letra, con
Música, entra”.
Michael J. Fox en "Regreso al Futuro"
Cuando escucho a Freddie
Mercury en “Show Must Go On”, o a Meat Loaf en “I’d Do Anything For Love (But I Won’t Do That)”, no importa que no me entere de lo que están diciendo. El
mensaje llega igual, o mejor, pues cada receptor imagina su particular película.
Me emociono con los ejemplos citados; salto de la silla con “Hot for Teacher”
de Van Halen; tarareo sonriente cual infante el riff de “The Boys Are Back in Town” de Thin Lizzy; retorno a un colegio que no viví, aunque sí en algunos
aspectos, echándome al oído el “Días de Escuela” de Asfalto; siento la pasión
hilarante de los Doobie Brothers en “What a Fool Believes” con esas voces tan
Bee Gees; la melodía de Isao Tomita (original de Debussy) en aquel programa
televisivo llamado “El Planeta Imaginario” me hace recordar cosas de cuando no
debía tener recuerdos; me vuelvo épico con el “Conan the Barbarian” de Basil
Poledouris y los kilómetros pasan antes si das al play “La Grange” de ZZ Top. Todo esto queda claro en las
canciones instrumentales, o en los solos que ponen la piel de gallina:
imposible olvidar a Santana en “Europa” o “Moonflower”, a Steve Vai en “For the Love of God” o incluso a Marty McFly ejecutando con poderosa electricidad el
“Johnny B. Goode” de Chuck Berry.
Nací en noviembre de 1975. Meses
después, John Miles arrasó en las listas de medio mundo con su “Music (Was My First Love)”. Con menos de 12 meses, es obvio que no recuerde el momento
puntual, pero más tarde esta canción me marcaría no solo por su maravillosa
orquestación, sino también por estar más que de acuerdo con su letra (escasa,
pero efectiva). Así pues, sería buena muestra del leit motiv que movería mi vida: la Música, mi primer amor. Los otros, los carnales,
me darían muchos dolores de cabeza y tardarían bastante más en llegar.
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